Francisco: un testimonio de fe compartida II

A doce años del inicio de su pontificado, siete jesuitas reflexionan sobre el impacto del papa Francisco en su camino personal como seguidores de Jesús, compartiendo cómo su liderazgo ha inspirado y transformado su vocación de fe.

En la entrega de hoy Abiud Alejo Rolón Macías, S.J., Sebastián Salamanca, S.J., Max Fernández, S.J., y Humberto Guzmán Parra, S.J., comparten sus experiencias, revelando cómo el ejemplo de humildad y cercanía de Francisco ha dejado una huella profunda en su manera de vivir el Evangelio y servir a los demás.

El papa buscado casi al fin del mundo

El 13 de marzo de 2013 el mundo católico fue testigo de un momento histórico: la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio como el nuevo papa. Para muchos, este evento no sólo marcó el inicio de un nuevo pontificado, sino también un giro significativo en la historia de la Iglesia católica. El mensaje que recibí aquel día de un amigo: «Tenemos Papa y es jesuita…», resonó profundamente en mí, no solamente por la sorpresa que generaba un papa jesuita, sino por las implicaciones que esto tendría para la Iglesia y para mi propia vida como futuro religioso.

El inicio del papado de Francisco estuvo marcado por una serie de novedades que llamaron la atención de los medios de comunicación y de la sociedad en general. Por primera vez en la historia un jesuita asumió el liderazgo de la Iglesia católica. Además, es el primer papa argentino, el primer hispanohablante en ocupar el trono de san Pedro.

Su elección del nombre «Francisco», en honor a san Francisco de Asís, fue un gesto simbólico que refleja su compromiso con los pobres y su deseo de una Iglesia más humilde y cercana a la gente. Desde el primer día renunció a vivir en los apartamentos papales y optó por residir en la modesta Casa de Santa Marta, un acto que no pasó inadvertido y que sentó las bases de un pontificado marcado por la sencillez y la proximidad. También, sus viajes apostólicos dan cuenta de ello, lugares como Chiapas y Ciudad Juárez en su visita por México o en países con minoría cristiana como los Emiratos Árabes y Turquía.

Para mí, estos gestos no son meras casualidades, sino signos de una Iglesia que busca caminar junto a los excluidos, preocuparse por nuestra Casa Común —como él mismo ha llamado al medio ambiente—, acompañar a los jóvenes en sus búsquedas existenciales y espirituales, y mostrar el camino hacia Dios.

Francisco ha logrado involucrar no sólo a los miembros de la Iglesia, sino también a hombres y mujeres de buena voluntad, en un diálogo abierto y sincero sobre los desafíos de nuestro tiempo.

El hecho de que Francisco sea jesuita no es un detalle menor. Como mi amigo Héctor señaló aquel día: «…y es jesuita», mostraba una alegría y a la vez una «sospecha» de lo que podría suceder durante su papado, misma incertidumbre que se vive cada vez que se elige un nuevo papa, pero siempre confiando que el Espíritu Santo obra en la Iglesia.

Los jesuitas, conocidos por su formación intelectual y su compromiso con la justicia social, tienen un modo de proceder distinto a los formandos diocesanos y al de otras órdenes religiosas, que cada una con su diversidad en carismas enriquecen a la Iglesia con un sello particular. El papa Francisco ha llevado este carisma al corazón de la Iglesia, promoviendo una visión de la fe que no se limita a los muros de las iglesias, sino que se extiende a las periferias existenciales y geográficas. Su enfoque pastoral, centrado en la misericordia y la inclusión, ha sido una fuente de inspiración para muchos, incluyéndome a mí.

Unos años después de la elección del papa Francisco ingresé a la Compañía de Jesús. Su ejemplo y su manera de vivir el Evangelio han sido un faro en mi camino como religioso jesuita. Su papado no sólo ha marcado la historia de la Iglesia, sino que también ha dejado una huella profunda en mi vida personal. El mensaje de mi amigo, «…y es jesuita», sigue resonando en mí como un recordatorio de que ser jesuita implica un compromiso radical con el servicio a los demás y con la búsqueda de un mundo más humano.

Por último, el papa Francisco no es únicamente el primer papa jesuita, es un líder que ha sabido encarnar el espíritu de la Compañía de Jesús en su servicio a la Iglesia y al mundo. Su pontificado ha sido un llamado a vivir la fe con autenticidad, humildad y compasión. Para mí, como jesuita, su ejemplo es una invitación a seguir caminando junto a los excluidos, a cuidar de nuestra Casa Común y a buscar a Dios en todas las cosas. Tenemos papa, y es jesuita: una realidad que sigue inspirando y transformando vidas. Un papa que parece que los cardenales «han ido a buscarlo casi al fin del mundo… pero estamos aquí».

Abiud Alejo Rolón Macías, S.J.

Jesuita mexicano radicado en Líbano. Estudió Filosofía y Ciencias Sociales en el ITESO y es ingeniero en Sistemas Computacionales.

«Francisco me sigue ayudando a tener esperanza»

Recuerdo que, por allá de 2014, cuando pintaba la «capilla de La Asunción», coloqué en una esquina del muro el escudo del pontificado del papa Francisco. Un señor que estaba visitando me preguntó que dónde estaba el escudo del papa Juan Pablo II y yo le respondí: «El papa actual se llama Francisco, y es jesuita». En ese momento estaba en el proceso de discernimiento vocacional con la Compañía de Jesús. Hoy, a once años de ese momento, puedo afirmar que la figura del papa Francisco me ayudó a encontrar mi camino, a través del cual no sólo le he dado sentido y dirección a mi vida, sino que me llevó al seguimiento y al conocimiento de Jesús. Su forma de ser papa, sus palabras, lo genial y profundo de sus documentos pontificios, su forma de seguir siendo jesuita aun siendo el papa. Todo ello me hizo entender mi vocación en relación con los de la orilla, a los que la sociedad actual les ha arrebatado la dignidad que intrínsecamente tienen.

El magisterio del papa Francisco me ayudó tanto en aquellos primeros años de discernimiento, y me sigue ayudando a tener, como nos ha invitado este año, esperanza en que podemos construir una Iglesia abierta, incluyente, pobre y humilde como el Jesús al que seguimos. Creo en el papa Francisco y creo firmemente en la Iglesia que nos invita a construir. Y quiero vivirme, como religioso jesuita y como cristiano, en esa dinámica en salida de mí mismo y de mis pobres seguridades para entregar la vida con alegría y entusiasmo. ¡Gracias, papa Francisco, por ser un papa tan alegre y jesuita, tan seguidor del Señor Jesús!

Sebastián Salamanca, S.J.

Es estudiante de Teología en la Pontificia Universidad Javeriana, artista plástico y aprendiz de la vida. Ha colaborado en la misión jesuita de la Sierra Tarahumara, a cargo de los centros culturales jesuitas de la Tarahumara, participando en procesos de aprendizaje con el pueblo rarámuri y acompañando su vida religiosa y cotidiana. Actualmente colabora en el proyecto artístico y cultural de la Manzana Jesuítica de Bogotá, en la Iglesia de San Ignacio, ofreciendo espacios de oración a través del arte y la espiritualidad ignaciana.

«Francisco me desafía a comprometerme en serio»

El pontificado del papa Francisco ha sido para mí, como jesuita en formación, una sacudida y un aliento al mismo tiempo. Me ha mostrado una Iglesia en salida, más comprometida con los que sufren y menos preocupada por sí misma. Me entusiasma su manera de hablar con sencillez, de ir directo al corazón, sin rodeos. Sobre todo, me ha marcado su Magisterio sobre los migrantes. No habla de ellos como un «tema social», sino como rostros concretos, historias vivas que nos interpelan. Me ha hecho soñar con una Iglesia que no sólo ayuda a los migrantes, sino que aprende de ellos, que se deja transformar por su testimonio de lucha y esperanza.

Hay muchos de sus gestos que me han tocado profundamente, como su visita a Lampedusa en 2013, donde nos invitó a desafiar la globalización de la indiferencia, su abrazo a los refugiados, su encíclica Fratelli Tutti. Entre tantos, hay una frase suya que se me quedó grabada: «El que acoge a un migrante, acoge a Cristo». Lo dijo en su intención de oración de junio de 2024, pero lo ha repetido de mil formas, y yo me lo creo. Me desafía a no quedarme en discursos bonitos, sino a comprometerme en serio. Porque el Evangelio no se predica solamente con palabras, sino con puertas abiertas, con mesas compartidas y con corazones dispuestos a acoger.

Max Fernández, S.J.

Jesuita mexicano, apasionado por el seguimiento de Jesús pobre y humilde, la cocina y la defensa de los derechos humanos. Licenciado en Filosofía y Ciencias Sociales por el ITESO, actualmente cursa sus estudios teológicos en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y colabora con el Servicio Jesuita a Refugiados en Latinoamérica y el Caribe.

«Un papa al lado de los pobres»

Antes de entrar a la Compañía de Jesús tuve la oportunidad de asistir a la Eucaristía del papa Francisco en San Cristóbal de las Casas, y me sigue interpelando el recuerdo de cuando los pueblos originarios comenzaron a cantar con fuerza: «Tenemos un papa al lado de los pobres».

Ese momento en que el Pueblo de Dios agradecía la cercanía del papa y confirmaba su vocación de servicio es un reflejo de que Francisco se ha encarnado con coherencia radical, en acción y palabra, con los descartados del mundo, y con toda la Iglesia. Su forma de compartir el Evangelio, con alegría y esperanza, es una invitación para ver al mundo como Dios lo mira, para dejarnos conmover, y para actuar siempre amorosamente, tal como lo haría Jesús.

Humberto Guzmán Parra, S.J.

Arquitecto de profesión y jesuita de vocación. Apasionado por la fotografía y por ayudar en la construcción del Reino. Actualmente continúa su formación como religioso de la Compañía de Jesús.


Foto de portada: Cathopic

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