José de Jesús Bartolo Tónix, MSpS
Con este texto, no busco hacer un análisis de cuáles serían las mejores formas para construir una sociedad, sino presentar cómo aquello que llamamos «rebeldía», y que muchas veces puede tener una connotación negativa, también tiene signos del Reino.
Como sociedad, estamos viviendo tiempos muy difíciles en áreas como la política, la económica, etc. La humanidad está en un proceso de reconstrucción, buscando formas nuevas que impacten para conseguir un verdadero cambio. Esta búsqueda es reflejaba por diferentes sectores de la sociedad, uno de ellos son los jóvenes, que ante la violencia estructural por parte del Estado han salido a las calles a expresar y a exigir una vida digna en sus diferentes expresiones.
Basta citar los casos de Chile, Argentina, Brasil, Colombia y México, que en años recientes años han desarrollado movimientos sociales juveniles, principalmente de estudiantes, que han levantado la voz como una muestra de hartazgo ante la opresión, no sólo en contra de sí mismos o de sus familias, sino también por otros aspectos como la marginación y la exclusión, las pocas oportunidades de educación, los bajos salarios, el difícil acceso a la salud pública.
Podemos cuestionar que varios de estos estallidos juveniles presenten, en algunos momentos, expresiones violentas; pero en el fondo son una especie de «ensayos de gestión» que de alguna forma expresan demandas genuinas. Son manifestaciones empíricas o espontáneas, muchas veces sin ninguna estructura, pero con la fuerza activa de peticiones concretas, reflejadas en cada movilización. Hoy los jóvenes en América Latina están exigiendo un Reino de Dios también en la práctica, algo concreto, en la vivencia del día a día y no solamente en la promesa de un fututo paraíso o de la venida
de Jesús.
Los reclamos de los jóvenes se visibilizan de alguna forma a través de los enfrentamientos con la policía, la pinta de espacios públicos, las marchas en la calle… y aun cuando sean etiquetadas de forma negativa, en el fondo se puede rescatar todo aquello que los mueve, su «rebeldía» como una posibilidad para generar un cambio (entendiendo a la rebeldía como aquello que rompe, transforma y crea). Sobre este tema, la política norteamericana Ruth Messinger expresó «No son los rebeldes los que causan problemas, son los problemas los que causan rebeldes». De ahí que nos planteemos que la rebeldía es en este sentido, una actitud de vida ante aquello que no parece justo y que, por lo tanto, se aventura en su búsqueda. La rebeldía desde un elemento positivo/constructivo tiene entonces un espíritu evangélico: transforma.
En el evangelio de san Mateo, Jesús expresó: «No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada» (10, 34). Su propuesta es la de un Reino que irrumpe dentro los sistemas de injusticia, estigmatización y violación de los derechos civiles por parte de las instituciones políticas formales. Esta propuesta bien tiene cabida en nuestra época y se puede alinear a la búsqueda de los jóvenes, que, como apunté antes, es leída muchas veces solamente como un conjunto de acciones disruptivas, que son, incluso, criminalizadas por los gobiernos o la opinión pública, sin que nadie se detenga a reflexionar lo que hay de fondo.
Pero para otros, afortunadamente, la propuesta evangélica sigue siendo violenta por la irrupción que hace en el modo de vivir de los que niegan o invisibilizan al otro… Jesús es un ser rebelde, la propuesta del Reino de Dios es rebelde, porque confronta las estructuras sociales ya establecidas e inamovibles, desafía a una sociedad dormida. Sigue estando presente en lo que recientemente los jóvenes chilenos gritaron en las plazas de su país: «Despierta Chile»; en lo que han proclamado las muchachas mexicanas al exigir: «Ni una más»; o en las demandas de ciertos grupos por conseguir su inclusión. Todo esto nos invita a la búsqueda, al movimiento, a la aventura; a la lucha por encontrar elementos positivos que construyan una sociedad más digna.
La rebeldía quebranta, se rebela contra lo establecido; desafía leyes, normas, creencias, costumbres que no dan vida, sino que la asfixian o la disminuyen.
También busca nuevas formas de hacer las cosas y trae consigo una especie de recreación, de innovación, pero sobre todo, un anhelo por lo distinto.
Y… yendo más allá, la rebeldía transforma, y traza un nuevo horizonte para guiarnos, que nos motiva a movernos, porque creemos que existe un modo de vida distinta, más plena.
Pico della Mirándola, filósofo italiano, apunta que los elementos que constituyen la dignidad del hombre son la libertad y la autodeterminación, todo en función de la unión con Dios. La rebeldía, en ese sentido, debe tener entonces como motivo esencial, la unión con Jesús y su propuesta de Reino, a través de la lucha de recuperar nuestra dignidad como seres humanos. El hombre y la mujer, en el ejercicio de hacer y ser, deben tener como ideal la unión con el Amor Supremo, que busca que todos y todas gocemos de los mismos derechos y oportunidades en nuestra sociedad.
La rebeldía debe buscar la pertenencia con el Creador, pero sólo se puede entender como un acto liberador que nos transforma en lo que realmente somos: humanos e hijos de Dios.
Es tiempo de que los jóvenes llenos de fuerza, carácter, entusiasmo, creatividad… sigan llevando y encausando esta rebeldía para la construcción de paz y justicia social. La historia bíblica ha marcado grandes personajes (José, Samuel, David…) que con su juventud y sus acciones han marcado nuestra fe. Hoy los jóvenes, como Jesús, deben ser buscadores de la vida, luchadores por la dignidad de las personas, férreos combatientes de los derechos humanos y la libertad de expresión… y, además y sin duda alguna, activistas de la construcción del Reino de Dios.