1 de mayo: encontrar las «cosas nuevas» en el reino de Dios 

El 1º de mayo de 1886, 200 mil obreros en la ciudad de Chicago iniciaron una serie de protestas, deteniendo el trabajo en diferentes fábricas, para exigir una jornada laboral de ocho horas diarias, que resultó en enfrentamientos con la policía, el juicio de varios dirigentes obreros y la condena a muerte de cinco de ellos. 

Según la crónica de José Martí, entonces corresponsal en Chicago, Hessois Auguste Spies (hoy considerado uno de los mártires de Chicago) gritó antes de que se accionara la palanca de la horca: «La voz que van a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Sus palabras serían reconocidas como una voz de justicia, y su condena como una muestra de la inhumanidad con que pretendemos decidir a veces nuestro destino. 

Cinco años después de este brutal acontecimiento, que se repetía continuamente en diferentes latitudes, y antes de cualquier legislación en el mundo, el papa León XIII se unió a esta voz al promulgar la encíclica Rerum Novarum sobre la cuestión obrera en el mundo. Rerum Novarum significa en latín «cosas nuevas», y la encíclica era un primer intento de mirar con ojos nuevos lo que estaba sucediendo y escuchar con oídos frescos las aspiraciones y búsquedas que los obreros y obreras del mundo expresaban con sus luchas. La Iglesia estaba aprendiendo a vivir en este mundo, descubriendo las «cosas nuevas» que, como dice el Apocalipsis, revelaban al Dios que trabaja en medio de nosotros: «mira que hago todas las cosas nuevas» (Ap 21, 5). 

¿Qué «cosas nuevas» descubría la Iglesia entonces? 

1) Que el Creador trabajaba para el bien común de las personas y, por tanto, ninguna propiedad individual podía ser un fin absoluto, sino que quedaba siempre subordinada a favorecer ese bien común y la colaboración libre y gozosa de toda persona en la consecución de ese bien. 

2) Que el trabajo, entonces, tenía que hacerse en condiciones dignas y seguras, con sus límites necesarios para procurar también el descanso y el desarrollo de la creatividad personal, pues sólo así se asegura la vocación de cada persona de ser colaboradora en el proyecto amoroso del Creador. Lograrlo es una responsabilidad de las personas que trabajan, pero, también, y muy principalmente, de los patrones, las instituciones (la Iglesia, también) y del Estado. 

3)  Que la paz que se necesita en la sociedad no podía ser excusa para descuidar los derechos y el bienestar de las personas que trabajan. Que ellas tenían derecho a organizarse y exigir de las empresas, instituciones y del Estado su justa protección y las condiciones necesarias para desarrollar su trabajo con libertad, justicia y gozo. 

Rerum Novarum anunció estas «cosas nuevas», comprometiendo a la Iglesia entera a colaborar para que fueran también reconocidas y defendidas por todos los actores de la sociedad. Éste es el núcleo fundamental de lo que se conoce como la «Doctrina Social de la Iglesia» y desde entonces no ha dejado de crecer y reconocer nuevos derechos a las personas, a las y los trabajadores, a los pueblos y, últimamente, el derecho a gozar y cuidar de nuestra Casa Común. Todas las personas que seguimos a Cristo y su Buena Noticia nos vemos comprometidas a la promoción y el cuidado de estos derechos en todos los ámbitos de nuestra vida: lo mismo en nuestras esferas cotidianas que en las legislaciones y actuaciones de las instituciones, de las empresas y los Estados, promoviendo la organización con nuestras comunidades para que estos derechos sean respetados y busquemos juntos producir el bien común. En este trabajo, que muchas veces, como en aquel primero de mayo, toma la forma de una lucha, sigue resonando la voz del Creador que nos dice: «Mira que hago todas las cosas nuevas». 


Foto: Fernando C Cordero-Cathopic

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