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Zona de interés, reseña

El principio de este filme es perturbador. A los créditos presentados en un fondo de silencio,sigue una música electrónica angustiante y, sin aviso a corte, una amable escena de un día de campo familiar, en un hermoso paisaje con un río. Sensorialmente así nos va preparando Jonathan Glazer, director judío británico, para la distópica experiencia que es Zona de interés (2023), su última creación, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en 2024, que nos expone a la vida dividida por un muro que separa literalmente, como en la puerta del infierno de Dante, el lugar de la esperanza de aquel otro espacio donde habrá que renunciar definitivamente a ella.

El problema que se plantea a nuestro discernimiento es ¿cuál es cuál?, y si no hemos de librar las apariencias engañosas en que comúnmente nos movemos para poder realmente prepararnos a descubrirla en los acontecimientos actuales y en nuestra vida cotidiana.

Uno de los lados del muro nos queda visible. El paisaje es alentador. Una familia alemana que está cultivando y trabajando su paraíso en la tierra, levantando la casa de sus sueños y embelleciendo un jardín que rodea a una pequeña alberca, buscan criar en alegría, valentía y proyectos de futuro a sus hijas e hijos pequeños, que miran todo el tiempo a sus padres con respeto y admiración.

Las escenas reflejan esa vida de ensueño, pobladas todas de detalles que reflejan el cariño, la ternura, la dedicación y la firmeza de su padre y su madre; auténticos representantes de ese futuro que la Alemania de los años de la Segunda Guerra pretendía construir.

Sin embargo, disonancias al parecer pequeñas logran filtrarse a aquel paraíso desde el otro lado del muro. Son detalles, casi insignificantes o que logran hacerse insignificantes para quienes los viven cotidianamente. Gritos que se escuchan de cuando en cuando del otro lado del muro, columnas de humo que se levantan en el cielo, luces rojas que anuncian fuego, disparos que atraviesan, sólo en momentos, la idílica paz… Pero pareciera que los habitantes de aquella casa y jardín podrían ser ignorantes de todo ello.

Otras escenas, sin embargo, nos hacen conocer que no hay tal inocencia. De cuando en cuando llega ropa a la casa del otro lado del muro y se reparte entre los habitantes de la casa. Todos saben que tuvieron un dueño, pero no importa ya. Los niños juegan imitando el sonido del gas que se filtra en un cuarto cerrado, y parece que todos saben, o podrían saber, de su mortal significado. De pronto el río se llena de otro color en el agua, y hay que tallar con fuerza para quitar de los cuerpos lo que se pudo haber impregnado. El muro de acero parece separar e invisibilizar, pero hay un trabajo constante por levantar otro muro, uno en la inteligencia y la voluntad, para sacrificar a otras personas, otros seres humanos, negándoles el reconocimiento de ser tales.

Es entonces cuando nuestro discernimiento puede empezar a iluminarse y enseñarnos a ver que ahí donde todo parece tan claro y hasta hermoso están realmente las tinieblas más densas que nublan nuestra sensibilidad, nuestra inteligencia y corazón. La improvisación propuesta por Glazer a sus actores principales, Sandra Hüller y Christian Friedel, como método de desarrollo de sus escenas, no solamente dota de naturalidad a su actuación, sino que también nos da testimonio de cómo la vida humana, bajo una premisa de acción como eran los lemas del Führer, puede adaptarse perfectamente reduciendo todas sus capacidades a sólo lo que pueda responder a cumplir ese objetivo. Todo lo demás es reducido a cenizas. Y cada paso en esa «zona de interés» nos devuelve la sospecha de si no será esto también lo que vivimos, cuando, bajo nuestras propias premisas, podemos hacer la vida junto a personas condenadas a la indigencia, la violencia y la desesperanza, sin inmutarnos y sin que nada cambie fundamentalmente, o, peor aún, concediendo la atención de la alarma y de la preocupación y la acción determinante únicamente a aquello que perturba precisamente ese proyecto que nos hemos forjado o que nos han forjado y que debemos cumplir. El asesinato, la desaparición, el secuestro, la degradación de las otras personas no son ya capaces de movernos a una compasión suficiente como para renunciar y activamente cambiar el rumbo.

Nuestro discernimiento esclarecido por la experiencia de esta «zona de interés» puede declararse impotente y derrotado. ¿Para qué ver todo esto si nada se puede hacer? Montañas de zapatos y ropa pueden sonar como el monumento más terrible a la humanidad que se declaró impotente y decidió esconderse y huir, como decide la madre de la protagonista cuando no aguanta ya la discordante experiencia que vive, en lo que tendría que ser la amable visita de una abuela a sus nietos, y huye sin aviso en medio de la noche.

Glazer declaró en una entrevista al periódico The Guardian que lo que teníamos en esta película era el testimonio tenebroso de la deshumanización, pero que sólo pudo completarla cuando logró encontrar una luz.

Una niña se mueve en la oscuridad con su bicicleta, dejando manzanas en los agujeros que se van cavando en torno al muro. Se mueve de noche, a escondidas, huyendo de la mirada de los soldados que resguardan el lugar y de otros habitantes.

Sólo la denuncia la cámara del equipo de filmación que, preparada para captar sus movimientos en la noche, puede darnos testimonio de un gesto que, aunque parece unirse a la impotencia, es un aviso de que no ha muerto la esperanza. En una de aquellas noches la niña encuentra una partitura escrita por uno de esos presos invisibles del campo. Tampoco allá ha muerto la esperanza, y la creatividad humana se rebela y se revela para anunciarnos el mundo por venir, el que puede ser, si aprendemos a tejer así las acciones que nos sugiere el respeto y el amor a nuestros hermanos y hermanas, a los que están, a los que fueron, a los que vienen, a esta concretísima humanidad.

Aquella muchachita no es un mero recurso poético que Glazer haya querido poner para traer algo de ternura a su paisaje desolador. La niña existió, su nombre era Alexandra Bryston Kolodziejczyk, y murió un poco antes del estreno de la película, después de haberse entrevistado con el director. Formaba parte, a sus doce años, de la resistencia polaca y con su gesto intentaba llevar esperanza a sus hermanos y hermanas, no de pueblo pues no era judía, sino de humanidad. A ella dedicó Glazer su discurso de aceptación en la ceremonia de los premios Oscar, después de denunciar nuestra falta de atención al presente que pasa de largo el secuestro del repudio del Holocausto por quienes ahora lo usan como un recurso para justificar su propia agresión al pueblo palestino, y retarnos a pensar cuál habría de ser nuestra resistencia.

En la entrevista de The Guardian, Glazer le dedicó otro homenaje a Alexandra, acompañado ahora de una cita del Evangelio de Juan, «la luz brilla en las tinieblas». Así fue, así es y así será.

La película está disponible en la plataforma Prime.


Imagen de portada: Fotograma Zona de interés (2023) Dir. Jonathan Glazer.

5 respuestas

  1. Vi la película es estrujante como lo son muchas veces, realidades que vivimos a diario.
    Como es posible, no querer ver, no escuchar….es terrible.
    Tu análisis Pedro me parece muy interesante, con esta película hay que ir al fondo y discernir…

    1. Gracias por el comentario y sí creo que es una gran oportunidad para discernir nuestras propias cegueras, silencios y signos de esperanza

  2. Muchas gracias por compartir esta reflexión de la película hacia nuestra vida diaria y a la sociedad actual que hemos y seguimos creando. En lo particular, seguir contribuyendo cada día a tratar de mejorar nuestra realidad de hoy como sociedad.

    1. Gracias por leerla y comentarla. Como dices, lo más importante es seguir contribuyendo a una sociedad donde la esperanza no se olvide

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