Elisa Pérez Trejo *
A principios de este siglo XXI, los y las niñas que iban en el kínder escuchaban constantemente: «ustedes son el futuro del país», pero en un abrir y cerrar de ojos el futuro empezó a destruir los sueños de todos y todas esas niñas, que ahora son jóvenes, que viven ante un futuro incierto, sin un lugar donde pertenecer y con los «ojos» del mundo —las redes sociales— puestos sobre ellos y ellas.
Pareciera que es a través de a las redes sociales como encuentran un lugar donde sentirse seguros y protegidos. Esto es no es cierto del todo, y a pesar de que, a partir de la pandemia, las redes que se han tejido online parecen ser más relevantes cada día, muchos jóvenes, paradójicamente, se sienten solos, queriendo cumplir un papel o aparentando a través de una pantalla que «todo está bien».
La realidad es que en México y en Latinoamérica, utilizar estos medios puede ser muy triste, ya que, aunque muchas veces los jóvenes los usan solamente para distraerse, para otros, nos resulta desgarrador encontrar fotos de amigos y amigas desaparecidas, además de mirar cómo el mundo de estas personas se va derrumbando y que no se puede hacer nada más que compartir su imagen junto con un «se busca», algo que ya se nos ha vuelto tan «normal», que duele hasta lo más profundo de las entrañas.
Sin embargo, el problema de las personas desaparecidas es sólo una de las preocupaciones que los jóvenes tenemos, pues enfrentamos muchas otras. Nos resulta abrumador pensar cómo la Creación y los recursos naturales han sido destruidos por los seres humanos; cómo viven las niñas y muchachas que al salir a la calle tienen que estar alerta, cuidándose de que nada les pase, y avisando constantemente en dónde se encuentran para no preocupar a sus familias.
Nuestras preocupaciones también incluyen a otros sectores, como el de los y las jóvenes migrantes que empacan sus anhelos en una pequeña mochila y se enfrentan a lo desconocido y a los miembros de la comunidad LGBTQ+ que por el simple hecho de tomar opciones diferentes respecto a su sexualidad, son acosados y maltratados Para ellos y ellas, el vivir en constante preocupación, no es vida. Lo sabemos y nos duele.
A nosotros como jóvenes, el ver cómo la violencia ha terminado con los sueños de muchas personas nos llena de impotencia. Preferiríamos, en cambio, explotar nuestra creatividad, poder caminar seguros y seguras por las calles, ver cómo los miembros de la comunidad LGBTQ+ expresan su preferencia sexual sin ser juzgados.
Nos sentimos impotentes ante estas realidades, es la impotencia de no poder hacer nada y que sentimos cuando muchos de nosotros, aunque radiquemos en el mismo país no tienen las mismas oportunidades, cuando las familias se vuelven juzgadoras y nada amorosas; cuando las Iglesias en vez de ser un lugar de refugio se vuelven inquisidoras, excluyen a lo diferente y dañan sin darse cuenta de que están haciendo lo contrario a lo que Jesús deseaba para la comunidad que lo seguía.
Las Iglesias, sin importar su denominación, se han encargado de decir que «los jóvenes ya no tienen fe», pero eso es una gran equivocación, nosotros y nosotras seguimos teniendo fe, seguimos creyendo en Dios, pero no se nos ha permitido encontrar un lugar dentro de estas instituciones, porque irónicamente muchas de éstas , en lugar de acoger, suelen rechazar las ideas nuevas, frescas y diferentes de adorar a Dios; la gran paradoja, es entonces, el que se siguen preguntando porqué los templos están vacíos.
La mayoría de jóvenes que abandonan las iglesias quieren, sin embargo, seguir siendo parte de la construcción del Reino de Dios aquí en la Tierra y buscan nuevas maneras de leer la Biblia, de alabar y de estar en comunidad. ¡Quieren encontrarle sentido a todas las palabras que dijo Jesús hace tiempo! ¡Quieren sentirse amados y amadas, aceptados y aceptadas! Pero, sobre todo, quieren sentir la presencia de Dios a través del otro y de la otra
y vivir una vida con dignidad.
El significado de «ser comunidad» ha cambiado a partir de la pandemia, ya que «estar en comunión» no es solo estar físicamente en un templo. Ahora el reto que las Iglesias tienen para que los y las jóvenes no se aparten de éstas es aún más complicado, pero necesario, ya que esto significa dejar atrás muchos dogmas y doctrinas, hablar con las nuevas generaciones, llegar a acuerdos para que todas, todos y todes se sientan en confianza al entrar a una congregación, sabiendo que serán aceptados, porque así es como lo hubiera querido Jesús.
Aunque existe la violencia en las calles, la falta de oportunidades, la destrucción del medio ambiente, la discriminación a las sexualidades diferentes, los y las jóvenes no solo queremos seguir resistiendo, sino que queremos disfrutar del Reino en la tierra, porque a pesar de todas las preocupaciones, seguimos teniendo fe.
* Perteneciente a la tradición luterana y recién egresada de la licenciatura en Estudios Internacionales, Elisa Pérez Trejo colabora activamente como tallerista y traductora en la Pastoral de Migración de la Iglesia Luterana Mexicana.