¿Qué hubiera dicho Jesús del desfile drag de los olímpicos?

A pesar de que ha pasado un mes desde la inauguración de los Juegos Olímpicos, seguir analizando el evento desde la fe católica resulta esencial. La reflexión sobre los límites morales, así como la representación drag que causó polémica, nos invita a cuestionar ¿qué habría dicho Jesús al respecto? Nos quedan otros cuatro años para replantear ¿qué somos como humanidad? y qué significado le damos a una de las fiestas deportivas más importantes del planeta. Aquí van mis reflexiones sobre el tema:

  1. La escena, en el momento en que ocurrió, pasó inadvertida como blasfemia por millones de espectadores. Más allá del gusto o disgusto del desfile de drag queens previo, en el instante yo no advertí que fuera una ofensa ni una burla a un acontecimiento que vertebra la vida cristiana, específicamente la católica, como lo fue la última cena de Jesús con sus discípulos.

En este sentido, conviene cuestionarnos si no habrá sido la influencia de los medios y las redes la causante del escándalo y no, como expresaron muchos, un dolor legítimo por haber sido ofendidos en alguna creencia o convicción religiosa. La reacción colectiva supone un movimiento de masificación, copia y hasta de contagio propio de las redes mediáticas, no una advertencia de honesta de un agravio religioso.

  • La explicación del organizador, aunque haya ofrecido públicamente una disculpa, no lo hace necesariamente culpable pues, como mencionó, la intención era representar otra obra de arte, «El festín de los dioses», de Bijlert. En ese caso deberíamos estar discutiendo sobre lo que quiso representar Bijlert o los significados de los personajes del cuadro en comento.
  • Lo expuesto en redes por el personaje central de la escena que, a ojos de algunos, quiso representar a Jesucristo al centro y que luego ratificó públicamente que así fue, es dudosa, pues al haberse manifestado después de la crítica ardiente de los católicos, puede ser que se haya dado como reacción a la Iglesia católica por alguna experiencia personal que haya tenido en la que se sintió rechazada/o —algo que debería movernos aún más a la reflexión sobre nuestro testimonio— o bien un aprovecharse de las circunstancias para ganar fama y popularidad en la misma comunidad; en cualquier caso, no puede tomarse como aseverativa de que, en efecto, ésa fue la intención inicial y deliberadamente planeada.
  • La reacción incendiaria de muchos católicos alarma tanto como la hermenéutica derivada, y lo hace en el sentido de la falsa hipocresía que surge ante algo que ha sido mediatizado y manipulado y no ante la cruda realidad cotidiana en que muchos buenos católicos, sacerdotes, religiosas y hermanos en la fe son agredidos, ofendidos, sometidos y hasta asesinados. ¿Cuál es la diferencia entre la ofensa a ese momento fundante de la Última Cena y nuestros hermanos migrantes que no son bien recibidos, que son asaltados, las mujeres violadas y los niños puestos a disposición de redes de trata de personas? ¿No son acaso todas estas ofensas graves a nuestros hermanos y, por ende, a Nuestro Padre? ¿Cuál es la diferencia entre la supuesta ofensa drag y el hambre en que viven los más pobres, su miseria, la falta de acceso a servicios de salud, a viviendas dignas, etc.? ¿O entre los miles de desempleados o de subempleados que sufren abusos en sus trabajos y con salarios precarios que no les permiten tener lo suficiente para vivir una vida digna y libre de violencia?

¿Por qué esos hechos no nos alarman ni escandalizan tanto como la supuesta ofensa de los drag queens en los Juegos Olímpicos? ¿Será porque no es París o no son los juegos o no están siendo televisados en todo el mundo?

Quienes hoy siguen horrorizados por esas escenas ojalá se horrorizaran igualmente cuando uno hermano es abandonado en circunstancias ínfimas o asesinado a sangre fría sin el menor reparo, que de ésos ocurren miles diariamente, más en nuestro México.

  • No disfracemos la defensa de nuestra fe del odio homofóbico. Ha habido algunos que, bajo el amparo de la justa y necesaria defensa de nuestra religión católica han emprendido una cruzada en contra de los organizadores de la inauguración y hasta de toda Francia sin advertir que lo que los motiva no es tanto su fervor y celo apostólico, sino su aversión a la comunidad LGTBIQ+. No es defensa de fe atacar, violentar, excluir o condenar a quienes viven un drama de identidad sexo–genérica, más bien lo sería acercarnos siempre tomando la iniciativa, escuchar, acompañar e intentar entenderlos. No hagamos cosas malas que parezcan buenas.
  • Si entendiéramos, como buenos cristianos que se supone que somos, el misterio de la Encarnación de un Dios que, sin necesidad, decide hacerse hombre y venir al mundo sólo por un profundo e inagotable Amor, entenderíamos también que el mundo al que vino no deja cabida a la esperanza; es un contexto en el que la iniquidad del mal, a menudo, parece tener la última palabra y, sin embargo, Cristo, en quien creemos y a quien creemos conocer, eligió venir aquí, no porque quiera de hecho el mal, sino para enseñarnos que es ahí a donde estamos llamados a sembrar y a donde estamos llamados a amar, luego entonces, el terreno de lo que hoy nos resulta asqueroso es la tierra fértil donde los cristianos tenemos que estar, codo a codo con Cristo.

Si hoy, a 2024 años de distancia nos escandaliza una inauguración de drag queens —que, además, fue sólo la última parte de la inauguración, y no toda ella, que tuvo momentos verdaderamente emocionantes y fascinantes—, ¿qué hubiéramos dicho de un Jesús que se sentaba a comer con pecadores, que llamaba a sus filas a recaudadores de impuestos, que se reunía con prostitutas, etc.? ¿Nos escandalizaríamos igualmente? Lo interesante está pues en entender no sólo que ése es nuestro mundo y nuestro contexto y que ahí estamos llamados a habitarlo haciendo todo el bien posible sino, además, en contemplar lo que Jesús hacía, decía, lo que pensaba, lo que sentía en ese mismo contexto, es decir, si Jesús acogía, invitaba, compartía, tal vez, y sólo tal vez, debamos nosotros también acoger, abrazar, invitar y compartir y no, por el contrario, condenar y señalar para castigar y matar.

Que no se nos olvide que, aunque la Cruz, simbólicamente, ha sido el signo de los cristianos que remite a Dios Nuestro Señor, no es en la Cruz donde acabó la historia, sino que siguió y sigue en el sepulcro vacío. Ojalá que comprendamos que no debemos ser cruces sino sepulcros vacíos.

  • Una última reflexión gira en torno al pasaje evangélico de Jesús y la mujer adúltera (Jn 8, 1–11). Cuenta el Evangelio que le llevaron una mujer que había cometido adulterio y querían apedrearla. Claramente era una provocación para ver qué tan fiel a la ley era Jesús; con lo que no contaban era que, para Jesús, la ley era, como decía el cardenal Carlo María Martini, «como arena», y por eso los escucha y se pone a escribir en ésta. Al hacerlo, muestra como antes que la ley está el amor y, antes que la sentencia, la persona. Jesús no cae en la provocación y, además, demuestra cómo Su Reino no es uno que juzga, sino que ama, y que su misión es demostrar el Amor de su Padre, no condenar.
  • Para concluir, merece una defensa férrea nuestra fe cuando la hacen motivo de burla, ya sea en su teoría y conceptos o en sus dogmas, costumbres o prácticas, y nuestro compromiso cristiano debe ser uno que se atreva a hablar, mas no es correcto ni deseable que, por defenderla, nos valgamos de medios que son contrarios al amor, que es el mensaje central de nuestra fe, y tampoco es válido incitar a otros a ver el pecado que uno advierte sin estar convencido de que, de hecho, es un pecado, y, aun si lo fuere, conviene señalarlo a la persona responsable buscando su bien, pero no predicarlo públicamente, de lo que no se saca provecho alguno sino, por el contrario, se hace aún más daño a la misma fe que pretendemos defender.

Quizá nos haga falta aprender más sobre el amor del Padre, ése que rompe la lógica causa–efecto y acción–reacción e invita a tender puentes ahí donde se levantan muros.

Lo interesante está entonces en entender no sólo que ése es nuestro mundo y nuestro contexto y que ahí estamos llamados a habitarlo haciendo todo el bien posible.


Foto de portada: Depositphotos

5 respuestas

  1. Gracias, doctora Elizabeth por ayudarnos a centrar nuestra fe en Jesús, el Dios encarnado. Magnífica su explicación teológica. Y las preguntas que nos deja. Me parece, como usted dice, que hay reacciones de aversión a la diversidad sexual y que no tienen que ver con la fe. Lo que vimos es una representación lúdica-artística-parisina, y los cuadros a que pueden tener referencia. La misma pintura de Da Vinci es eso, una pintura, no es un dato de la fe. Los católicos somos invitados a volver a Jesús y su Evangelio y a vivirlo, con ejemplos de la vida como usted menciona. Gracias.

  2. En esta misma revista recomiendo también el artículo Bajo el signo de la provocación, del jesuita Rubén Corona. Agrega otros elementos culturales a la reflexión.

  3. Muchas gracias P. Luis. Cre, de verdad, que esa homofobia está presente en muchos de nosotros, a veces inadvertidamente, pero que es profundamente dañina y muy poco cristiana.
    Saludos!

  4. Complemento con estas palabras:

    «¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me disteis de comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos.

    Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con aquel mismo honor con que él desea ser honrado; pues, cuando se quiere honrar a alguien, debemos pensar en el honor que a él le agrada, no en el que a nosotros nos place. También Pedro pretendió honrar al Señor cuando no quería dejarse lavar los pies, pero lo que él quería impedir no era el honor que el Señor deseaba, sino todo lo contrario. Así tú debes tributar al Señor el honor que él mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a los pobres. Pues Dios no tiene ciertamente necesidad de vasos de oro, pero sí, en cambio, desea almas semejantes al oro.

    No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para los templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres. Porque, si Dios acepta los dones para su templo, le agradan, con todo, mucho más las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto, de la ofrenda hecha al templo sólo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la limosna saca provecho tanto quien la hace como quien la recibe. El don dado para el templo puede ser motivo de vanagloria, la limosna, en cambio, sólo es signo de amor y de caridad.

    ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con ello? Dime si no: Si ves a un hambriento falto del alimento indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de ello? ¿No se indignará más bien contigo? O, si, viéndolo vestido de andrajos y muerto de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro, afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres burlarte de su indigencia con la más sarcástica de tus ironías?

    Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y las columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel. Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno sin descuidar lo otro; es más: os exhorto a que sintáis mayor preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo.

    Nadie, en efecto, resultará condenado por omitir esto segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo primero. Por tanto, al adornar el templo, procurad no despreciar al hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso que aquel otro».

    San Juan Crisóstomo, obispo

    Homilías sobre el evangelio de san Mateo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Síguenos en nuestras redes sociales
Suscríbete al boletín semanal

    Enlázate con
    Previous slide
    Next slide