Cuanto más vasto sea el mundo,
cuanto más orgánicas sus
conexiones interiores,
tanto más triunfarán las perspectivas
de la Encarnación.
Pierre Teilhard de Chardin,
El fenómeno humano (1963)
Mi corazón se llena de sentimientos encontrados luego de leer, dejarme interpelar y orar con la exhortación apostólica Laudate Deum, que nos compartió el papa Francisco en octubre de 2023. Invito a todos y todas a adentrarse en sus páginas con un corazón abierto para dejarse cuestionar y ser con–movidos.
En el pasaje de Caín y Abel del Libro del Génesis número 4, cuando Caín ha asesinado a su hermano por su deseo incontrolable de ser reconocido y preferido por el padre, la pregunta de Dios sobre el paradero de su hermano retumba para él y para todo el género humano por todos los siglos por venir: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?». Ésta es la misma pregunta que se nos hace hoy, y es la que, aun sin estar explicitada, desde Laudate Deum se nos reitera con radicalidad. Hoy esa pregunta nos acecha: ¿Qué has hecho con la hermana–madre Tierra y con todo lo creado que te he dado como llamado a tejer fraternidad–sororidad? Y nuestra respuesta, todavía hoy, sigue siendo: «¿Acaso soy responsable por todas las otras creaturas, por nuestra Casa Común, por mis hermanos y hermanas más vulnerables?». La lectura de Laudate Deum, necesariamente hecha junto con y en continuidad con Laudato si’, debe asumir el acto fratricida y matricida con el que nos hemos relacionado con nuestra hermana y madre, la Tierra, nuestra Casa Común.
En un tiempo de colapso sistémico, de incapacidad de diálogo, de fracaso en dar respuestas relevantes y significativas a la enorme crisis climática, y de polarizaciones ideológicas en todos los ámbitos públicos (incluyendo, y de modo intenso, a nuestra Iglesia católica), lo que más experimento con esta lectura es una sensación de claroscuro, de un gusto agridulce, de un «ya, pero todavía no» que hace que para emprender su lectura haga falta una mirada escatológica para mirar la realidad con esperanza, sin perder la honestidad de reconocer que estamos en una hora profundamente oscura.
El primer llamado que siento es a leer Laudate Deum siempre, y necesariamente, considerando la encíclica Laudato si’. Se trata, sobre todo, de reconocer que la primeraes un parteaguas en la historia en medio de la transición estructural de nuestra humanidad. Laudato si’ abrió una puerta que busca transformarlo todo en relación con nuestra comprensión sobre el todo integrado de nuestras vidas con nuestra Casa Común, y necesita seguir tocando las fibras de muchos corazones y estructuras. Sin Laudato si’ la exhortación Laudate Deum podría quedarse como un documento coyuntural solamente, aunque ésa sea su intención primera, impedida de tocar nuestros corazones, a pesar de su enorme relevancia, pertinencia y sentido.
Es por esto que la nueva interpelación del papa se debe concebir como un llamado de atención a la Iglesia, a todas las personas de buena voluntad en el mundo y, especialmente, a los que están en posiciones de poder y en sitios de influencia. Este llamado se centra en la dirección que estamos tomando hacia el fracaso global geosistémico y la incapacidad de asumir lo que Laudato si’ ha expresado como elemento estructural y fundante de lo que significa ser Iglesia hoy. En este contexto, la Iglesia debe estar atenta a las cuestiones que el mundo plantea.
¿Desde dónde nos interpela y hacia dónde nos quiere mover Laudate Deum?
Laudate Deum necesita ser ubicada en su justo tiempo y espacio, en la antesala de la Conferencia de Partes sobre Cambio Climático (COP28) que se llevará a cabo en Dubai. Se anticipa que este encuentro será especialmente difícil y un potencial parteaguas para otra regresión debido a los intereses particulares que predominan en este momento y en ese lugar. Por tanto, la exhortación Laudate Deum es, seguramente, el grito del profeta en el desierto, que clama por un cambio radical cuando se acerca la hora última de nuestra Tierra. El grito es ensordecedor y, aun así, parece que la sordera estructural nos impide recibirlo. El plazo está por acabarse, no hay tiempo que perder, es tiempo de cambiar.
Una lectura de esta exhortación desde el sentido profético hace que tenga sentido y urgencia, a pesar de las muchas cuestiones que provoca. Esto sin perder la luz de una Laudato si’, que es el faro estructural que nos sigue interpelando como Iglesia, y en muchos espacios fuera de ella.
Desde el punto de vista de los contenidos su aporte ha de ser concebido como una confirmación de lo que le sucede a nuestra Casa Común, como complemento de unos datos cada vez más relevantes, alarmantes y absolutamente irrefutables sobre la crisis ante la que nos encontramos, sobre las consecuencias que ya estamos viviendo, y acerca de la confirmación científica de lo que ya estaba dicho. La aceleración del impacto climático es causada por nuestro estilo de vida y el modo de organizarnos como sociedad alrededor de un modo de consumo. El impacto es inminente y será cada vez más fuerte y rápido; los más pobres y vulnerables serán los más afectados.
Finalmente, hay responsabilidades diferenciadas en relación con los países y sociedades más desarrolladas que viven bajo el paradigma de sociedades de consumo, con una ceguera estructural sobre los límites de este modelo, para los que menos responsabilidad tienen con respecto a esta crisis climática, y para todos en el planeta. Es necesario, ineludible, una toma de conciencia y de acciones más radicales, y para ello se alude con más fuerza a quienes tienen «poder», sea político, económico, de movilización o de producción de acciones de incidencia, para ser agentes de una transformación que no puede esperar.
«Tenemos que seguir luchando, y aquí es donde nuestra fe tiene que ser fuente para no desfallecer en el intento, no perder la ilusión ante lo aparentemente imposible de esta intuición».
Por otro lado, nos plantea una bella, quizás poco consolidada o incluso optimista, perspectiva sobre el multilateralismo y la necesidad de transformarlo desde la raíz. La intuición es magistral, el necesario desarrollo de una propuesta en este sentido es apenas seminal. Pero, en el camino de la Iglesia esto se debe leer como una semilla que debe ser cuidada y que debemos asumir de modo orgánico quienes conformamos la Iglesia y la sociedad global para que se dé un cambio real en este nivel que es dominado por intereses mezquinos, momentáneos y meramente económicos.
Tenemos que seguir luchando, y aquí es donde nuestra fe tiene que ser fuente para no desfallecer en el intento, no perder la ilusión ante lo aparentemente imposible de esta intuición, dada la estructura actual del mundo en términos del multilateralismo. En este contexto los acuerdos del más alto nivel entre estados se forjan para llegar a consensos sobre temas de interés compartido, pero a menudo se ejerce presión y los intereses particulares prevalecen por encima del bien común.
Otros capítulos cortos de la exhortación nos ratifican lo que hemos escuchado en tantos sitios, pero que quizás no es conocido para muchas personas. Los intentos de las Conferencias de Partes sobre el Cambio Climático, y sus acuerdos y procesos precedentes, nos dan un balance más pesimista que esperanzador. Hay logros, no cabe duda, pero son tan lentos que frente a la crisis del tiempo presente parecen poco serios y consistentes con la realidad.
En los capítulos cuatro y cinco se hace eco a lo que considero es la razón de Laudate Deum, su modo, tiempo y forma, que es la atención a la COP28 en Dubai. Aunque, francamente, me pregunto si el instrumento tan poco frecuente (por el peso que tiene) de una exhortación apostólica, que llega en un momento estratégico en relación con los espacios internacionales intergubernamentales, podría aspirar a un mayor impacto eclesial global. Pareciera que la evidente atención al inicio del Sínodo de la Sinodalidad, sobre todo en las esferas eclesiales, ha dejado este aporte algo reducido en su atención y alcance.
La parte final de Laudate Deum, «Motivaciones espirituales», se destaca como una de las más significativas en cuanto a su contribución. Ofrece una lectura espiritual de este proceso y de esta exhortación, estableciendo una valiosa conexión con Laudato si’ y Fratelli tutti. A partir de esta perspectiva podemos hacer un itinerario de continuidad con los llamados más profundos que el papa Francisco, junto con sus antecesores y con la propia tradición de la Iglesia, nos ha presentado de manera clara y permanente para pedirnos un cambio radical, interno y externo, tanto en la Iglesia como en el mundo.
Mi invitación, siguiendo con lo dicho anteriormente, es a hacer una lectura espiritual de estos documentos esenciales para la Iglesia y el mundo, para encontrar el hilo que conecta y proyecta más allá de la coyuntura urgente. De lo contrario, podría parecer que esta contribución espiritual es un añadido necesario en un documento eclesial, y no la columna vertebral de todo este recorrido. Sin esa óptica el riesgo es que muchos de los creyentes o personas de buena voluntad con acceso a espacios de incidencia caigan en el pesimismo estructural que paraliza.
Invito a cada uno a acompañar este camino de reconciliación con el mundo que nos alberga, y a embellecerlo con el propio aporte, porque ese empeño propio tiene que ver con la dignidad personal y con los grandes valores. Sin embargo, no puedo negar que es necesario ser sinceros y reconocer que las soluciones más efectivas no vendrán sólo de esfuerzos individuales sino ante todo de las grandes decisiones en la política nacional e internacional (LD, 69).
¿Qué sigue y dónde encontrar sentido y esperanza a la luz de esta exhortación?
Me cuesta encontrar palabras para concluir esta breve reflexión. Tengo, como expresaba en el inicio, muchos sentimientos encontrados y desde ellos me es difícil hacer sentido de lo que me provoca esta lectura. No obstante, esto me lleva a reconocer que sólo desde una fe profunda todo lo importante y complejo de la vida tiene su fundamento.
Es decir, me siento invitado a hacer una lectura de Laudate Deum desde la experiencia pascual de Jesús como único camino a la redención. Estamos ante una crucifixión real y material de nuestra hermana y madre Tierra; la contemplamos así, crucificada, en la que parece ser una antesala de la muerte, y seguimos inmóviles ante ella. Quizás, peor aún, seguimos infligiendo dolor y clavando lanzas en su cuerpo por nuestra ceguera estructural como humanidad, cuando en realidad ese daño nos lo estamos haciendo a nosotros mismos sin reconocerlo, sea por ignorancia o negligencia.
Esto no es sólo una imagen desde la fe, son rostros y vidas concretas que están muriendo por los impactos de esta crisis climática ante una mirada cómplice del resto, de nosotros y nosotras. Muchos están en la cruz por las causas del pecado estructural, y entre ellos se encuentran los que están siendo crucificados por las consecuencias de esta emergencia climática.
Sin embargo, en la esperanza pascual, la cruz ha de ser el puente hacia la Resurrección. Es decir, la muerte no tiene, ni podrá tener nunca, la última palabra. Morir en la cruz, desde nuestra lectura de fe, es la ruta para volver a nacer. Nuestra hermana y madre Tierra está en ese pasaje y en ese tránsito. Todo lo creado, incluyendo nuestro género humano, está en riesgo de muerte. Desde la fe somos llamados a reconocer los gestos ecocidas, genocidas y suicidas que marcan nuestro tiempo, y de la mano de Cristo, y en la locura de la fe en la Resurrección, somos llamados a redimir, a redimirnos, convertirnos y a co–laborar en esa redención.
Que este llamado de Laudate Deum se una a nuestra aparentemente absurda y real certeza pascual para que el Señor traiga su Reino de vida plena y nos permita seguir teniendo vida y abundancia en esta Tierra sagrada, antes de que sea demasiado tarde.
2 respuestas
Tus palabras finales me ayudan a continuar caminando en fe desde la cruz que vivimos día a día hacia la resurrección
Un compromiso evangélico que no debemos olvidar