La solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, la Morenita, la Madre del rostro mestizo, cuya devoción se extiende desde Alaska hasta la Patagonia y en tantos otros lugares, nos invita a centrar nuestra atención en ciertos aspectos de la acción de Dios en nuestra historia que, desde nuestra fe, es historia de salvación. Estos aspectos tienen un carácter evangélico, es decir, de Buena Noticia, y se dan en un mundo creado con belleza y bondad inefables, pero también continuamente son escenario del mal al que no nos resignamos. De entre los diversos aspectos que el acontecimiento guadalupano, experiencia de belleza y de bondad, arroja, podemos referir tres.
Primeramente, su cercanía: «Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel»(Is, 7, 14) porque Dios es con nosotros. La Virgen de Guadalupe, en el Nican Mopohua, se presenta a Juan Diego como la Madre del «verdadero Dios, dador de vida, y que está cerca y junto a nosotros» (26),y es precisamente esa cercanía amorosa de Dios, ese estar junto a nosotros, como ella transmitió a los hombres y las mujeres en aquella Iglesia que se gestaba en un contexto dramático y doloroso. Se trata de una cercanía maternal, tierna y de calor femenino, que le da un rostro particular a la Iglesia latinoamericana, al pueblo mexicano y pueblos latinoamericanos. Sí, María está cerca y junto a nosotros, y ver su imagen, en su advocación de Guadalupe, nos lleva a reconocer que Dios, revelado en su Hijo, está cerca y junto a nosotros, «todos los días, hasta el final de los tiempos»(Mt 28, 29).
El Hijo: «Emmanuel, Dios–con–nosotros»(Mt, 23), verdadero y dador de vida, se revela cercano. Creemos en un Dios radicalmente cercano en nuestra condición de creaturas y seres necesitados —de Dios, de los otros, de la naturaleza— y, paradójicamente, llamados a ser don para los demás, único camino de realización humana y de salvación, como precisamente María es don de Dios para nuestra historia. Dios mismo se nos revela en Jesucristo como don gratuito, como pura gracia. ¡Qué bien es sentirnos cercanos los unos a los otros, amigos en el Señor, que es quien nos acerca!
Un segundo aspecto del actuar de Dios, de su Buena Noticia, que podemos extraer en el acontecimiento guadalupano, es que Dios se involucra con nosotros en la historia, se envuelve en nuestras situaciones, es decir, no es ajeno ni impasible a lo que ocurre en nuestras vidas. El anuncio y nacimiento de Jesús es el comienzo de un tiempo nuevo de involucramiento de Dios en nuestra historia. Este anuncio no paraliza a María, sino que, como nos comunica el Evangelio, la pone en camino de prisa hacia la montaña para visitar a Isabel (Lc 1, 39–47), que estaba ya en su sexto mes de embarazo. Un encuentro de dos mujeres en quienes se hace posible lo imposible. El saludo de Isabel, llena del Espíritu de Dios, es también nuestro saludo que continuamos a dirigir a María, nuestra Madre. María continúa caminando y llevando la alegría por las maravillas que el Señor ha realizado en su pequeñez.
La Morenita, la Madre del rostro mestizo, también se pone en camino hacia el cerro del Tepeyac, una pequeña montaña a las afueras de la ciudad, para encontrar y acompañar a Juan Diego y, por medio de él, al pueblo mexicano, al latinoamericano y a todos los pueblos que se reconocen necesitados de la presencia dignificadora de Dios. La Lupita, como también se le llama cariñosamente, se involucra totalmente, se amestiza con sus hijos e hijas.
La Morenita va a los márgenes de la ciudad, su presencia dignifica mucho de lo que en la nueva reconfiguración de sociedad quedaba marginado y minusvalorado, descartado. Juan Diego se siente poca cosa, avergonzado e indigno de realizar la misión que le pide la Virgen: «Yo en verdad soy un hombre de campo, soy mecapal, soy cacaxtli, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas. El lugar donde me envías no es adecuado a mí y me es extraño» (Nican Mopohua, n. 55); sin embargo, la Morenita le pide que sea precisamente él, en su pequeñez, quien lleve a cabo su misión: «Fue precisamente él, y no otro, quien lleva en su tilma la imagen de la Virgen: la Virgen de piel morena y rostro mestizo, sostenida por un ángel con alas de quetzal, pelícano y guacamayo; la madre capaz de tomar los rasgos de sus hijos para hacerlos sentir parte de su bendición» (papa Francisco). Invitación siempre actual para los discípulos de Jesucristo: involucrarse en los avatares cotidianos de los hombres y mujeres de todos los tiempos, no apartarse, no aislarse.
El tercer aspecto del modo de actuar de Dios, de su buena noticia, que podemos extraer en el acontecimiento guadalupano es que Dios se involucra en nuestra historia desde la situación de los más pequeños y pequeñas, desconcertando al mundo, y en vías de transformar la realidad negativa en el mundo, de hacerlo más Reino de Dios: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?» (Jn 1, 46). Dios realiza la historia, en todos los tiempos y lugares, con los pequeños y pequeñas, los vuelve actores de su historia: María, Elizabet, Juan Diego. Este último como mensajero de la Morenita, para solicitarle al obispo, fray Juan de Zumarraga, su casa, la casa de Dios. Pero su valor no está en ser la casa de ella, sino en la posibilidad real para preparar, para poner en esa casa la mesa en que hombres y mujeres de todas las condiciones puedan día a día sentarse y vivir verdaderamente como hermanos y hermanas en la paz y justicia.
Así pues, en esta celebración a Nuestra Señora de Guadalupe, elevemos nuestra oración que brota al contemplar su imagen confiando en su intercesión y envueltos en la cercanía de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se involucra sin nunca cansarse en nuestra humanidad, y lo hace de forma desconcertante desde los descartados de este mundo. Así sea.
Para saber más:
Homilías del papa Francisco durante la Santa Misa en la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de las Américas, en:
Nican Mopohua. Narración de las Apariciones de la Virgen de Guadalupe.
Foto de portada: Charbel Altamirano-Cathopic