«El templo vivo de Dios se construye desde la fidelidad y el compromiso que surge de la relación con Él».
Noviembre
- Ez 47, 1–2. 8–9. 12
- Sal 45
- 1 Cor 3, 9–11. 16–17
- Jn 2, 13–22
§ El profeta Ezequiel contempla un río que brota del templo y da vida a todo lo que toca. En el sitio en el que fluye el agua viva, la muerte retrocede. El paso de Dios por nuestras historias es como el agua que da frutos por donde pasa.
§ Pablo afirma que somos el campo que Dios cultiva, el edificio que construye. Su trabajo ha sido poner cimientos seguros: Jesucristo mismo. Pero cada uno, en su libertad, ha de saber qué construir sobre esta base.
§ Jesús entra al templo y lo purifica. No tolera que el comercio ocupe el lugar de la gratuidad. Su gesto no es violencia sin sentido, sino acto profético que denuncia la mercantilización de lo sagrado.
§ Él mismo se convierte en el nuevo templo, en la presencia de Dios entre nosotros. Su cuerpo crucificado y resucitado es la morada verdadera. Allí aprendemos que el culto más profundo es el de una vida entregada.
Jesús, que nos invita a profundizar en nuestra experiencia de Dios, rechaza frontalmente que hagamos de nuestra relación con Dios una mercancía.







