«La palabra de Dios se hizo hombre»
DICIEMBRE
Domingo 17
- Is 61, 1–2ª.10–11
- Lc 1; 1
- 1 Ts 5, 16–24
- Jn 1, 6–8.19–28
§ En este tercer domingo de adviento aparece nuevamente en escena Juan Bautista, ahora enfrentando el interrogatorio de quienes lo perseguían y lo querían acallar. Las preguntas se dirigen hacia su identidad, no hacia el propósito de sus acciones. A la pregunta «¿quién eres?», Juan se coloca en su sitio, sabiendo que su misión era anunciar al Mesías, y se presenta como «la voz que grita en el desierto: allanar el camino al Señor». En este caso no sólo se tratada de un desierto geográfico sino simbólico, en el que no hay quien escuche su palabra en medio de corazones endurecidos y oídos sordos a las palabras de vida.
§ La verdad que enuncia Juan, y que develará con toda su fuerza Jesús, no querrá ser acogida pues resulta incómoda y peligrosa para quienes lo interrogaban. Sus seguridades y beneficios terrenales les impedirán acoger con alegría el paso de Dios en este mundo. Por ello, el adviento nos invita a abrir los oídos y el corazón al Evangelio para que reordene nuestra vida y la reconduzca hacia el amor.
§ La misión que viene como fruto de la conversión, se encuentra descrita en la lectura de Isaías: dar la Buena Nueva a los pobres, curar los corazones desgarrados, proclamar el perdón a los cautivos y la libertad a los prisioneros. Nada puede darle mayor gozo al espíritu humano que ser causa de Buena Nueva para sus hermanos, al llevarles las palabras y las presencia de Aquél que nos ama.
Juan era consciente de su misión dentro del plan de salvación, que prepara el camino a Jesús, allana los montes para abrirle paso y ofrece nuevas perspectivas para entender que otro mundo era posible. Los cristianos podemos ser también mensajeros de la llegada del Señor, anunciarlo a los afligidos, comunicar la presencia viva de Jesús entre el pueblo, llevándolo a esos rincones de la Tierra donde más necesitan recibir signos de consuelo, aliento y esperanza. De esta manera daremos verdaderos pasos para una conversión total hacia nuestro Señor, en nuestro interior y en el mundo.