«La justicia y la paz se han abrazado»
JULIO
Domingo 23
- Sab 12, 13.16–19.
- Salmo 85.
- Rom 8, 26–27.
- Mt 13, 24–43.
§ Hoy podemos detenernos a contemplar al Dios del cuidado y de la ayuda. No viene a castigar o quitar la vida, sino a traer esperanza y mostrarnos la verdad de su justicia: que cada persona reciba la vida abundante que merece, la que nos invita a convertirnos en buscadores y colaboradores de esa vida.
§ Es el Dios que mueve a todos los pueblos para que construyamos en verdad paz y justicia. Es quien nos hace reconocer en medio de la maleza nuestros gemidos, nuestros deseos y esperanzas, que pueden hacer valiente el corazón y ardiente la esperanza.
§ Detengámonos, pues, un momento a escuchar esos gemidos, los que nacen de más adentro de nuestros miedos y de nuestras reticencias. Son los que nos hablan de lo que de verdad queremos, cuando no nos dejamos empequeñecer, y confiamos en nuestro Creador, el que sabe sembrar y poner la levadura, en el Dios compañero de largos caminos, el Dios trabajador que nos invita.
Mirar a la panadera amasando el pan y confiándose a su levadura, contemplar al sembrador sembrando en la tierra su semilla, es abrir los ojos a la verdad de Dios, el Dios trabajador y el Dios confiado en que sus criaturas tienen oídos capaces de escuchar su esperanza, de unir a ella su gemido y su trabajo, para buscar juntos por dónde habrán de darle camino. Así, es el Dios de todos los pueblos, el que los forma y los reúne, unos con otros, para que escuchándose y compartiendo sus dolores y esperanzas, sus alegrías y tristezas, puedan todos ponerse en una sola ruta por la verdadera paz y la justicia que viene de la hospitalidad, el cuidado mutuo y la amorosa acogida. Es ése el horizonte de nuestro trabajo, de nuestra misión compartida, del Evangelio que anunciamos, que ya brota y en el que, juntos, podemos colaborar para que crezca y dé el fruto que ha de dar.
