«Jesús–Cristo entra a Jerusalén para reinar siendo el siervo sufriente».
Abril
- Is 50, 4–7
- Sal 21
- Flp 2, 6–11
- Lc 22,14–23,56
§ Entre la acogida y el rechazo: Dios en Jesús–Cristo decide visitar a su pueblo por compasión para salvarlo, pero es rechazado. Él entra a nuestro mundo para reinar, siendo paradójicamente el siervo sufriente. Los gritos de «hosana» son sustituidos por «crucifícalo».
§ La profecía de Isaías es releída en Jesús, el discípulo perfecto, el profeta fiel. Jesús se muestra como quien no tiene miedo a la oposición ni a la persecución, pues Dios está de su lado. En la carta a los filipenses se nos muestra cómo Jesús pasa de la kénosis a la exaltación. Jesús–Cristo Hijo de Dios se vacía de sí mismo, de su condición divina, para entrar en nuestra condición humana y desde allí ser obediente, inclusive en la muerte en cruz, ya que Jesús confiaba que Dios siempre estaba de su lado.
§ Uno de los elementos propios del evangelio según san Lucas es que Jesús tiene una mirada compasiva y es cercano con las mujeres; en dos ocasiones Jesús les dijo «no llores», al sentir compasión por el sufrimiento por sus hijos muertos (Lc 7,13; 8, 52). Ahora, en las lecturas escuchamos que es Jesús quien está a punto de morir y las mujeres lloran por él, pero Jesús exclama: «No lloren por mí, lloren más bien por ustedes y por sus hijos».
§ El reinar de Dios comienza a brotar en lo paradójico, de allí que el servicio y el vaciar de sí mismo son señales de que Dios está de nuestro lado. Muchas madres materializan esto en el servicio a sus hijos y en vaciarse de sí mismas para que sus hijos puedan crecer o para que sus desaparecidos puedan ser encontrados.
Los gritos de dolor y los llantos son la provocación para que Dios visite su pueblo, para que entre a nuestra Jerusalén y nos salve.
