Entrevista a Benjamín González Buelta, S.J.*
CHRISTUS: En muchos sentidos, la realidad en la que vivimos está llena de fisuras, en una sociedad desalentada. En su quehacer de autor y de poeta, ¿qué es lo que le mantiene creyendo, con perspectiva en su actividad cotidiana?
Benjamín González Buelta, S.J. (BGB): No cabe duda que vivimos hoy en una sociedad resquebrajada de muchas maneras. Respiramos el desencantado. Caídas las grandes utopías de la modernidad, que en gran medida organizaban el mundo y las personas, se inventaron el consumismo y la diversión continua como un intento vano de reencantar el mundo. La interioridad de muchas personas está vacía. Al mismo tiempo, está saturada de impactos mercantiles muy bien elaborados, que se adentran en nosotros a través de los sentidos, y se alojan en los surcos siempre abiertos de nuestras necesidades, naturales o impuestas, poniéndonos a trabajar hasta extenuarnos para intereses ajenos. Lo más hondo de la persona, lo más importante, se siente vacío, mientras la superficialidad de nuestro universo interior puede estar saturada de maquillajes, destellos cambiantes y sueños digitales.
Yo no pretendo hacer directamente poesía, sino que acudo a ella cuando las palabras habituales, ya no pueden describir una experiencia ni comunicarla. La misma experiencia busca otro lenguaje, más imaginativo y simbólico, en que poder expresarse. Algunas personas dicen al leer un salmo: eso es lo que yo siento, pero no sabía decirlo. Esa dimensión poética es la que me interesa.
No pretendo hacer una poesía muy elaborada, que respeto y leo con mucho gusto, pero que pocas personas pueden entender. Me inspiro en la poesía de los salmos y los libros sapienciales de la Biblia. Algunos de mis salmos tienen más densidad poética, otros son más mistagógicos. Al descubrir y expresar esta dimensión profunda, la cotidianidad se ilumina y encanta. Uno siente que está tocando una dimensión no perecedera ni banal.
A pesar de todas las fisuras del mundo actual, existe una realidad desde la que todo puede rehacerse. La dimensión más honda de las personas está abierta al Espíritu de Dios que ama este mundo con amor indestructible e imaginación inagotable. A Dios no se le ha ido el mundo de las manos. Desde esa presencia, brota la indignación ante los abusos contra las personas y la tierra, y se iluminan también nuevas posibilidades. El Espíritu de Dios no sólo trabaja en las personas, sino también en las culturas y en todo esfuerzo para crear nuevas utopías posibles que respeten las personas y cuiden la Creación.
* El jesuita y poeta Benjamín González Buelta vive en Cuba en donde realiza una importante labor pastoral. Está encargado además de la formación de los jesuitas latinoamericanos en su periodo de Tercera Probación.
C: Pascal hablaba del «Dios de los filósofos» pero, ¿cree usted que se puede hablar de un «Dios de los poetas»? Si es que tomamos en cuenta que no todos los seres humanos pueden leer «la letra pequeña de la cotidianidad», ahí donde también se manifiesta Dios.
BGB: Cada poeta es un universo. Algunos tienen una experiencia muy honda de Dios y la expresan, otros hablan del Absoluto sin darle el nombre de Dios y algunos pretenden ignorarlo. No creo que Dios los ignore a ellos, pues lleva a cada persona en el centro de sus desvelos y no interrumpe nunca su diálogo íntimo con ella.
Por la realidad cotidiana circula la vida de Dios. El dinamismo del Reinado de Dios lo alcanza todo. Los místicos de ojos abiertos perciben esa dimensión en toda realidad, y nos ayudan a los demás a descubrirla, o, al menos, a vivir en relación con ella encontrando sabor en las menudas tareas de cada día. En este sentido, místicos no son los que tienen visiones, sino los que tienen otra visión más honda de la realidad.
C: ¿Qué tan difícil ha sido para usted ser jesuita y poeta al mismo tiempo? ¿Qué tanto lo ha llevado san Ignacio a escribir poesía?
BGB: San Ignacio es un mistagogo, un maestro que nos conduce a la experiencia de Dios, a la mística. Tener algo de sensibilidad poética, ayuda mucho a acoger la cercanía de Dios, a nombrarla y a posibilitar que se vaya adentrando en toda nuestra persona.
C: ¿Considera que escribir poesía es una forma de oración?
BGB: Creo que puede serlo, a veces de una manera explícita, y en otras ocasiones no tanto, pero real, cuando se buscan las dimensiones absolutas que están presentes en los acontecimientos efímeros de la vida, iluminándolos desde dentro.
C: En uno de sus textos más famosos, usted habla de la necesidad de cambiar el imaginario ¿Qué elementos podríamos usar para hacerlo, si pensamos en que muchos ya perdieron la esperanza en una humanidad mejor?
BGB: La experiencia auténtica de Dios que trabaja en la historia humana, y la presencia del mismo Dios en la oración personal, van cambiando nuestro imaginario. Hoy no basta con una catequesis tradicional, sino que hay que tratar de llevar a todos los cristianos a una experiencia de Dios profunda. Ahí se irán encontrando con otra imagen de Dios y otra imagen del mundo que Él ama. Recordamos lo que dijo Rahner de manera profética: «El cristiano del futuro será místico o no será cristiano». La experiencia de Dios forma parte inevitable del ser cristiano en el mundo de hoy. En esa experiencia nos hacemos consistentes y alegres creadores. La presencia de Dios en la intimidad personal se completa con la experiencia creadora de Dios en la realidad, donde lo experimentamos como el Dios que crea vida definitiva, incluso en las situaciones que parecen de muerte absoluta e irremediable.
C: El estilo de su prosa y también el de su poesía refleja un detallado análisis de la realidad actual, pero al mismo tiempo encontramos un carácter de intimidad, como si hiciera una pequeña burbuja y le hablara al Dios que le ha buscado en todos los caminos, ¿cómo ha cultivado esa burbuja, esa oración personal a Jesús, ese conocimiento interno del que hablaba san Ignacio?, ¿cómo cultivar ese modo de comunicación? , pero sobre todo, ¿cómo se convierte ese estilo de comunicación en poesía?
BGB: Es el Dios de la intimidad personal el que nos invita a salir a la realidad, no sólo para encontrarlo a Él en la belleza, sino también a bajar con Él a los «infiernos» humanos, como hizo Jesús, para descubrir la dignidad de las personas y para crear con ellos vida para todos sin discriminación ninguna, de raza, género, religión o cultura. La mística de los ojos cerrados y la de los ojos abiertos, son la misma realidad en dos momentos que se complementan y que son inseparables. No puede existir una sin la otra. No se trataría tanto de crear una burbuja cerrada, sino abierta al mundo donde también nos encontramos con el mismo Dios que encontramos en la intimidad. Desde este encuentro con Dios en la intimidad personal, estamos más sensibles para encontrar a Dios en la intimidad de toda persona, y de la vida en toda su sencillez cotidiana.
C: Usted es un hombre de Iglesia, y no está exento de vivir sumergido en las nuevas realidades de la virtualidad, sobre todo después del confinamiento de la pandemia. ¿Considera que es posible construir una Iglesia que es comunidad en esta virtualidad? ¿Estamos recuperando ahí la experiencia de comunión que Jesús nos invitó a vivir o nos falta algo fundamental de esa experiencia?
BGB: Creo que este tiempo de no encuentro físico de la comunidad nos ha enseñado tres cosas. La primera, hemos descubierto un nuevo mundo y las habilidades para movernos por él. Por ejemplo, podemos dar Ejercicios Espirituales por YouTube, acompañar personas y grupos por Zoom o por WhatsApp. La segunda, tal vez hemos recuperado la Iglesia doméstica de las primeras comunidades. En tercer lugar, también hemos experimentado que nos falta el encuentro real con las personas, con la comunidad. La calidez de un abrazo, la ternura de una mirada, los mil matices de una sonrisa, el rubor en las mejillas, la proximidad corporal de un sacramento, no se pueden cambiar por ninguna tecnología de la comunicación por más avanzada que sea.