El (im)posible discurso sobre Dios: Notas a propósito de un mundo en guerra

Pareciera que hoy más que nunca hacer teología evangélica se convierte en una tarea ineludible.

Hacia la segunda mitad del siglo XX y luego de los acontecimientos de la II Guerra Mundial, de la Shoah, de los gulags, de la Guerra Fría y de todo ese resto doloroso que estas sistemáticas formas de exterminio, muerte y terror dejaron a su paso, el teólogo alemán Johann Baptist Metz (1928-2019) ofreció al mundo su nueva teología política. La definición que Metz articuló para caracterizar esta forma de hacer reflexión sobre Dios era que se trataba de un correctivo crítico ante el excesivo carácter privado que el cristianismo desde la modernidad y la hermenéutica de los maestros de la sospecha había empezado a experimentar. La fe cristiana se había replegado hacia dentro. Metz, ante ello, propuso que el cristianismo y por su misma condición de anuncio, kerigma, y memoria de la muerte y resurrección de Jesús debía posicionarse en el espacio público. De ahí lo político, que en Metz no es un partidismo o una afiliación política, sino que es la vivencia concreta de una praxis testimonial en medio del foro cotidiano.

Ahora: ¿por qué posicionarnos en el espacio público y desde el espacio público hacer y vivir cristianismo? Porque según el texto fundacional del cristianismo, nuestro auténtico mythos, nuestro relato originario, el cristianismo es la vivencia y «recuerdo peligroso» (expresión de Metz) del Dios que le hizo justicia a la víctima Jesús, al injustamente asesinado, al asesinado y maldito (Dt 21,23), al muerto prematuramente por decir que las víctimas de la historia eran bendecidas y amadas por Dios. Me gusta pensar cómo Jesús rompió el círculo de lo posible y concentró su predicación en todos los que viven la injusticia ocasionada por los poderosos del mundo. Esos poderosos son los que hoy lanzan misiles, organizan guerras y transan con la vida de los seres humanos y de la creación entera. Jesús mismo denunció a los poderosos de la tierra (Mt 20,25-29) y María de Nazaret profetizó que los poderosos serían derribados de sus tronos (Lc 1,52-53). El Evangelio es el gesto —casi derridiano— de Dios ante los que viven sometidos al egoísmo de los que planifican la muerte. Y la misma resurrección de Jesús es la reivindicación de que Dios mismo hizo justicia al muerto-crucificado.

Una de las fuentes que Metz utiliza para hacer teología es la filosofía del pensador alemán de tradición judía Walter Benjamin. En sus famosas Tesis sobre la filosofía de la historia, Benjamin habla del «ángel de la historia» que quiere despertar y hacer justicia a los muertos de la historia del progreso, de esa historia que acarrea barbarie y destrucción, de esa destrucción que es necesario recordar para que no se vuelva a reproducir. Porque no es que la guerra pasó o que las atrocidades del mundo moderno quedaron en los anaqueles de la historia. El verdadero problema es que pueden volver a ocurrir y de hecho están ocurriendo, todos los días. En este mismo momento están ocurriendo. Hay que volver a leer a Metz, a Benjamin, y sin lugar a dudas hay que leer el Evangelio. Ahí hay fuentes de inteligencia para afrontar este mundo en guerra, este mundo que se cae.

Y entonces, y en medio de esto, incluso en la paradoja de escribir esta misma columna, cuando la guerra está como el monstruo grande que pisa fuerte, como cantó León Gieco, ¿cómo hablar de Dios?, ¿cómo pedir a Dios? (nuevamente León Gieco). Titulé mi columna como «el (im)posible discurso sobre Dios» porque estoy haciendo un guiño decidido a Metz, especialmente a su libro La provocación del discurso sobre Dios (2001). En ese libro Metz escribe: «Por ejemplo, quien formule el discurso sobre el Dios de Abraham, Isaac y Jacob de forma que resulte inaudible la queja de Job, su lamento de ‘¿hasta cuándo?’, no está haciendo teología, sino mitología. Y quien escuche el mensaje de la resurrección de Cristo de modo que quede del todo apagado el grito del Hijo abandonado por Dios, no está oyendo el Evangelio sino un mito de triunfador». Cuando la teología reconoce que su discurso nace de los márgenes y límites heridos del mundo, ahí ella se hace profecía de la esperanza, profecía contracultural, profecía del Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, de Job y de Jesús.

En medio de esto, incluso en la paradoja de escribir esta misma columna, cuando la guerra está como el monstruo grande que pisa fuerte, como cantó León Gieco, ¿cómo hablar de Dios?, ¿cómo pedir a Dios?

La teología es verdadera teología cristiana, dice Jürgen Moltmann en El Dios crucificado (1981), cuando ella dice y se basa en el grito del Crucificado que se hace material en el grito inarticulado de los pobres, víctimas, heridos y de los pueblos que viven en las tierras pobres, como dice el poeta maulino González Bastías en el cercano 1924. El mismo Moltmann dirá que si la teología no se articula con el grito inarticulado del crucificado, en ese momento deja de ser teología cristiana. Para pensar, y mucho.

En otro libro, Memoria Passionis: una evocación provocadora en una sociedad pluralista de 2007, Johann Baptist Metz se pregunta: «¿Cómo hacer teología después de Auschwitz?». Y hoy se preguntaría y nosotros con él: «¿Cómo hacer teología después de Gaza, después de Ucrania, después de las guerras civiles, de los misiles en Oriente Medio, después de la catástrofe climática?». Francisco, antes, y ahora León XIV, han denunciado estos atentados contra la humanidad.

¿Cómo hacer teología? ¿Cómo hablar de Dios? Por ello el hablar sobre Dios es el im-posible discurso sobre Dios, porque no es posible hablar del Dios de Jesús desconociendo el dolor de nuestro mundo, de ese mundo que Dios en Jesús asumió en la Encarnación (Jn 1,14). El discurso se hace lento, se hace balbuceante. Es im-posible, pero por ello muy posible y muy imprescindible. Pareciera que hoy más que nunca hacer teología evangélica se convierte en una tarea ineludible.

Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente
—León Gieco.


Este texto se publicó originalmente en Revista Mensaje, se reproduce con su autorización.

Foto: © Depositphotos

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