El amor en los escritos joánicos, capítulo 1

I. Primera Carta de san Juan

Puesto que el tema del “amor” es muy amplio, sería demasiado pretencioso, buscando su significado, pretender abarcar el panorama bíblico, y ni siquiera el Nuevo Testamento. Es necesario circunscribirlo en los límites que exige la naturaleza de este escrito.[1] Se trata de una realidad tan sublime que el intento humano de comprender su significado será siempre de alcances modestos. Aunque supera nuestras capacidades de comprensión, su estudio no deja de ofrecernos inspiración y aliento en nuestro diario caminar.

Si nuestra época se ha caracterizado por la incertidumbre, la inquietud y la desilusión, también es cierto que es muy viva la búsqueda de sentido. Se nos ofrece hoy la oportunidad de colaborar en la formación de un hombre nuevo, que sea signo de esperanza en la creación de una comunidad nueva, en un mundo globalizado y dolorosamente herido. Especialmente en un tiempo como el nuestro, de pluralismo y diversidad, tenemos que atinar con lo esencial, con aquello que no podemos perder. Nada mejor que la Primera Carta de san Juan para encontrar una síntesis del cristianismo, para sentir la confianza que necesitamos en la búsqueda de la verdad, particularmente en lo que respecta al discernimiento y a la armonía de la vida.

Si en el vocabulario griego de la época existían cuatro palabras para designar el amor (éros, el amor apasionado; stérgos, apego necesario y sensible, ternura de padres a hijos; filía, amistad, amor entre amigos; agape, el amor noble, privilegiado), de los cuatro, el NT dio preferencia a agape para referirse al amor.Por eso, este estudio estará centrado en esta última palabra. Y aunque se encuentra en varios de los libros del NT, de un modo especial se halla en los escritos de san Juan, y en concreto, en una concentración intensa, en 4,7–21 de la Primera Carta. ¿Qué significa y por qué es importante para nosotros?

La 1Jn es un escrito fuertemente marcado por lo experiencial (el autor va a hablar sobre “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida”: 1,1), que se refiere constantemente a los criterios relacionados con la vida cristiana. Pretende fortalecer en la fe a la comunidad en la que nace, amenazada por un grupo de intrusos con ideas extrañas, que quitaban importancia a lo histórico de la encarnación del Verbo, con sus consecuencias funestas para la vida práctica.

En el texto seleccionado, 4,7–21, encontramos la concentración más alta del tema del amor en la Carta. Es notable la exhortación a amar, tanto que parece un mandamiento. Se trata del amor fraterno, actitud necesaria para llegar al conocimiento de Dios, un conocer no especulativo, sino ‘cordial’, afectivo, experiencial.

En esta unidad (vv. 8 y 16), encontramos la afirmación más profunda que puede decir el cristianismo sobre Dios: Dios es amor (agape). Los exégetas reconocen aquí la cima del pensamiento joánico y de la revelación. El alcance de esta frase “no es un enunciado dogmático sin conexión con la historia; es el resultado de una contemplación sobre la vida y la muerte de Cristo, por una parte, y sobre las relaciones de Jesús con Dios, por otra”.[2] No estamos ante una definición abstracta de Dios, sino ante una descripción personal. Toda la actividad de Dios es amorosa.

Las tres fórmulas descriptivas sobre Dios, que encontramos en los escritos joánicos (Dios es espíritu, Jn 4,24; Dios es luz, 1Jn 1,5; Dios es amor, 1Jn 4,8.16) no son frases metafísicas, sino descripciones de una cualidad de Dios o afirmaciones existenciales que resumen la actividad de Dios en relación con los seres humanos. Tocan el misterio del ser mismo de Dios, como había sido la afirmación del Éxodo sobre la identidad del Dios de Israel: “Dios de ternura y de gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad” (Ex 34,6).

El Verbo se manifestó (4,9) se refiere a la revelación de Jesús en su carrera terrena o después de la resurrección. Dios da a conocer su amor enviando a su Hijo. El Verbo se manifestó subraya el aspecto visible, externo e histórico del amor de Dios. El lugar de la manifestación del amor de Dios es precisamente nosotros.

La frase del v. 11, “Dios nos ha amado de esta manera”contiene la carrera histórica y la muerte de Jesús, interpretada como el darnos Dios a su Hijo único, para que pudiéramos tener vida y el perdón de los pecados. De haber experimentado el amor de Dios, se sigue la necesidad de amar a los demás, ya que el mismo Jesús dejó claro que la manera de permanecer en su amor era cumplir sus mandamientos, y, para él, se trata sobre todo de “su mandamiento”: el amor fraterno. En el hermano visible debemos mostrar el amor al Dios invisible.

En el ver y testificar que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo los cristianos joánicos continúan la misión del discípulo amado, que estuvo presente al pie de la cruz: “vio y testificó” (Jn 19,35).

El tema del “mundo” está ampliamente tratado en los escritos joánicos. Puede significar: 1) la tierra de los hombres, en contraposición al Reino de Dios; 2) el conjunto de las fuerzas hostiles a Dios, el “lugar” espiritual del rechazo de Dios, y 3) la humanidad amada por Dios y salvada por Cristo.

El versículo 16 de este capítulo 4 merece una atención especial. Algunos lo consideran el punto central de esta Carta, de un riquísimo contenido teológico. “El versículo 16 —afirma Schnackenburg— representa un punto culminante en la contemplación joánica de Dios, y tal vez la expresión más completa de la buena nueva, de las exigencias y promesas mesiánicas respecto del hombre”: “Y nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor: y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.

En el ejercicio del amor fraterno (vv. 17–18), el agape alcanza su perfección de tal modo que prepara al cristiano para recibir de Dios la justificación que le hará sentir confianza en el día del juicio, confianza que fluye de la amistad que ha hecho nacer y crecer la inhabitación divina. Para los escritores de la escuela joánica el temor es algo que debe ser excluido de la vida de los hijos de Dios.

El amor a Dios y el amor al hermano son dos facetas del mismo amor (vv. 19–21). Si uno falla, el otro fallará también. “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (v. 20), sencillamente porque no tiene en sí el amor. La caridad, unión y comunión con Dios engendra la parresía: una osadía respetuosa y confiada en las relaciones del hijo de Dios con su Padre; el temor, al contrario, separa, constriñe, aleja.


[1] Para quien quisiere completar la información sobre el tema puede consultar mi trabajo de tesis El tema del Agape en la Primera Carta de San Juan (donde se ofrece una amplia bibliografía). Editrice Pontificia Università Gregoriana, Roma, 2004, o bien, la versión de mi tesis adaptada a México, El amor en la Primera Carta de San Juan, publicada por la Universidad Iberoamericana de México, en 2007.

[2] C. Spick, Agape dans le Nouveau Testament. Analyse des Textes, III, París, 1958–1959, p. 321.

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