El testimonio que sigue a continuación es una serie de dos entregas en las que, Mauricio López, coordinador de facilitadores de la Primera Sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad y vicepresidente de la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA), comparte su experiencia en el reciente Sínodo sobre la Sinodalidad celebrado el pasado mes de octubre en el Vaticano. López ofrece una perspectiva única y valiosa sobre este encuentro eclesial significativo, detallando su participación y las impresiones clave que surgieron durante este importante evento para la Iglesia Católica y sus comunidades en todo el mundo.
La primera sesión de la Asamblea del Sínodo sobre la Sinodalidad: una experiencia inédita transformadora
El actual itinerario del Sínodo de la Sinodalidad, que ha de concluido su primera sesión asamblearia «Por una Iglesia Sinodal: comunión, participación y misión», llevada a cabo durante todo el mes de octubre de 2023 en la Ciudad del Vaticano, es, por muchos motivos, algunos que se irán haciendo más evidentes con el paso del tiempo, un proceso inédito.
Reconocemos cómo todo este proceso, incluyendo los dos años de preparación, ha sido un camino imperfecto, pero de profunda esperanza, vivido como Iglesia universal. Y, desde mi propia experiencia que determina mi interpretación y contribución en este itinerario, reconozco los muchos y valiosos aportes provenientes del camino sinodal de la Iglesia latinoamericana, y en específico procedentes del Sínodo amazónico y de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe que fue impulsada por el CELAM, a lo que hemos vivido estos días. En estos dos procesos (regional y continental) tuve el privilegio de servir como responsable del proceso de escucha, acompañado por un grupo de personas comprometidas, por lo que hemos podido percibir cómo estas experiencias han contribuido a la experiencia del Sínodo universal que estamos viviendo, así como lo que ha llegado desde otras experiencias continentales, sobre todo las de Asia y África en cuanto a procesos amplios de escucha y participación.
En esta fase de la Asamblea del Sínodo sobre la Sinodalidad, y desde la experiencia vivida como coordinador de quienes servimos como facilitadores y facilitadoras, puedo reconocer la fuerza del modelo de escucha que ha cambiado estructuralmente los modos de preparación hacia esta Primera sesión, y cómo esto se ha traducido en una participación amplia, gracias a la apertura y valentía del papa Francisco, que ha marcado un antes y un después en cuanto a la presencia de miembros plenos no obispos.
En mi reflexión y evaluación de lo vivido estas semanas identifico cinco letras «C» que pueden ayudar a hacer una lectura integral y más sistemática del proceso, tanto sobre lo vivido en la preparación y en lo que acabamos de experimentar en la Asamblea, como en lo que todavía está en construcción, y hacia los horizontes de futuro que son muchos y se presentan como grandes desafíos para cuidar su continuidad. Un proceso en que el más profundo anhelo es que el Espíritu Santo sea el principal protagonista, más allá de las búsquedas particulares o algunas de las temáticas urgentes que aparecen. Se trata, como se ha establecido desde el inicio, de caminar en búsqueda de ser una Iglesia más Sinodal al servicio del proyecto de Reino.
Cinco C como claves para comprender el proceso sinodal: pasos dados, procesos en construcción y desafíos por afrontar
Composición
La primera palabra que inicia con «C» es la «Composición». El proceso de preparación hacia esta Asamblea ha tenido una composición diferente. Por un lado, con una participación nunca antes alcanzada, sobre todo en el caso de las conferencias episcopales, donde se ha llegado prácticamente al cien por ciento de ellas contando con sus aportes en la Primera etapa de la fase de escucha. Asimismo, la participación de la gran mayoría de los Dicasterios de la Curia Vaticana, que tuvieron una contribución significativa, no sólo en cantidad, sino en la calidad de los aportes con procesos ampliados de escucha y consulta en varios casos.
Tal como se ha hecho evidente en estos días, asimismo, la riqueza de la contribución del entorno digital que es una cultura emergente, reflejo de vidas de tantas personas en búsqueda de sentido, y quienes muchas veces desean ser acompañados y orientados en clave de discernimiento. Sin embargo, se reconocen las muchas limitaciones en cuanto al alcance a grandes porciones del Pueblo de Dios que quedan como desafíos enormes, sobre todo en buscar cómo llegar a aquellos que están en las periferias existenciales, materiales y geográficas, donde sigue siendo difícil llegar de modo más intenso y cercano.
También quiero destacar el género de los documentos que se han creado, fruto de esta experiencia, en que un género narrativo nuevo ha contribuido con otro tipo de composición de las reflexiones, con mucha más identidad y reconocimiento de las voces recogidas desde el Pueblo de Dios y, por lo tanto, siendo un reflejo más vivo de lo que la Iglesia es en su conjunto y desde donde está encarnada siendo más fielmente pueblo de Dios.
En este sentido de la composición, resalto las asambleas continentales como otra nueva manera de enriquecer el proceso preparatorio, las cuales ayudaron a que el Sínodo tuviera una visión más alargada, no sólo desde las iglesias particulares, sino a nivel regional–continental.
Otra novedad en la composición está en los representantes, pues si bien no ha dejado de ser un Sínodo de los Obispos, la composición extendida y alargada con un 25% de no obispos, entre quienes hubo una alta presencia de mujeres con respecto a otros sínodos, y muchas con acceso al voto, da cuenta de una gran novedad que no puede ser minimizada.
Configuración
En segundo lugar, la siguiente «C» corresponde a «Configuración». Estamos ante un nuevo, o al menos profundamente renovado, estilo de proceder, el cual refleja, incluso con el acomodo físico en el aula que ha sido tan altamente valorado, la intención de la Iglesia por buscar un modo de asumir el llamado a actuar en mayor comunión entre todos los bautizados y bautizadas. Esta configuración expresa también el anhelo de discernir juntos los temas más urgentes y necesarios para toda la Iglesia que está en medio del mundo, y al servicio de éste, para descubrir el permanente dinamismo de la Encarnación en medio de la realidad. Sobre todo, en las periferias donde Jesús se hizo carne y desde donde vienen luces inesperadas para el centro.
Ante esto nos hacemos la pregunta sobre ¿qué significa la Sinodalidad el día de hoy? Ese «caminar juntos» se expresó en la diversidad vivida en los grupos de discernimiento, en los cambios de grupo cada tres o cuatro días para alargar la experiencia de diálogo y encuentro con otros hermanos y hermanas en esta Asamblea.
Esa Sinodalidad desafiante también estaba presente en el perfil tan diverso de los facilitadores, todos y todas con una experiencia viva de acompañamiento en el discernimiento personal y comunitario, lo cual refleja una configuración diferenciada, inédita y que nos está enseñando mucho. Con eso, la esperanza es no dar marcha atrás en lo que genera mayor cercanía, confianza y transparencia en el modo de compartir dentro de la sinfonía policromática de una Iglesia llamada a la unidad en la diversidad.
La configuración de los procesos en este Sínodo ha estado asociada a lo que hemos visto físicamente; las mesas, dispuestas como en un banquete de fiesta, en pequeños grupos, como estarían las primeras comunidades en ocasiones alrededor de Jesús. Y, sobre todo, el método de la conversación en el Espíritu, nos habla de otra configuración en el modo de abordar las temáticas, incluso las más complejas. Todo esto ha contribuido para que las personas experimenten la escucha encaminada a la construcción de un sentir en común que permita pensar en modos de actuar a futuro con un elemento de consenso y de novedad, más allá de mi particular visión, y dando espacio para descubrir la presencia del Espíritu en el centro.
Colaboración
La siguiente «C» es por «Colaboración». Significa «trabajar juntos», algo importantísimo porque se ha propiciado un proceso inicial de discernimiento de una manera particular, respetando la diversidad de procedencias, visiones, culturas e identidades particulares en la Iglesia. En este contexto los encuentros improbables, mediante espacios con personas que en otro momento habrían sido imposibles por la existencia de visiones confrontadas, incluso en conflicto, se han puesto al centro de la mesa a la luz de la pregunta esencial sobre si podemos ser una Iglesia en comunión a pesar de las diferencias aparentemente irreconciliables y trabajar juntos en busca de una perspectiva común que nos permita dar pasos juntos.
Confío en que este modo de tejer posibilidades de colaboración se vuelva irreversible, o al menos así lo espero, para bien de toda la Iglesia y a la luz de lo que aquí hemos vivido.
Comunión
La cuarta «C» es por «Comunión». La cual, sin ingenuidad, es algo que está en construcción, y quizás siempre lo estará en la lógica sobre cómo Dios consolida su Iglesia. Estas semanas de Asamblea hemos experimentado una comunión real como fruto de este proceso, pero es una comunión que se habrá de confirmar y sostener en el tiempo para empujar las fases subsecuentes de modo que no permanezcamos apenas en un recuerdo grato y hermoso, sino que nos lleve a cuidar de lo que hemos vivido y compartirlo, atentos a lo que el Espíritu Santo nos quiera decir.
En este sentido tengo la certeza de que el Espíritu Santo, la Ruah divina, ha estado presente en medio de nosotros/as. Sin embargo, es importante que esto se exprese más allá de la gratitud y la alegría. Es decir, debe tornarse en invitaciones hacia adelante y en caminos concretos de renovación o confirmación que sean consistentes con lo que nos está pidiendo el grito de la realidad, sobre todo de aquellos que han sido excluidos y puestos a un lado del camino.
Concreción
Finalmente, la última «C» es la de «Concreción». A través de esta experiencia se ha dispuesto un puente que está abierto y que nos lleva a preguntarnos por los frutos palpables de este proceso. El embarazo de once meses entre una sesión y la siguiente de la Asamblea, del que se ha hablado en nuestras sesiones finales, tiene un desafío enorme. Todo este proceso se puede ir desmoronando, dependiendo de si esa concreción se da o no se da, y ello requiere de profunda serenidad, discernimiento y coraje. Este proceso es altamente sensible, pues necesita que se haga camino concreto y visible para confirmar la voluntad de Dios en medio de su pueblo, de su asamblea, es decir de su Iglesia.
Toda la Iglesia tiene una gran responsabilidad a partir de ahora. Las iglesias particulares la tienen con quienes participaron del proceso previamente para asegurarse de que sean parte de la recepción de la síntesis y en el llevar adelante las reflexiones y acciones que ahí se proponen. Pero más importante todavía es el pedido intenso de hacer lo posible por llegar a los que quedaron fuera del proceso. Hay muchas personas que expresan no haber sido tomadas en consideración, que no participaron en aquel proceso o no quisieron. Esto es fundamental para que seamos más fieles al llamado del papa Francisco de que puedan participar todos, todos, todos.
En lo correspondiente a lo continental–regional, y con tan poco tiempo disponible, surge la pregunta sobre cuál va a ser el proceso que se desarrolle en este nivel de modo que no se pierda ese discernimiento que aporta muy positivamente desde esa dimensión. Quizás sea viable poner en marcha alternativas virtuales como se ha hecho en algunos sitios a lo largo del camino sinodal. Finalmente, en el plano universal queda el desafío para la Secretaría del Sínodo para adaptar los contenidos del informe de Síntesis, de modo que sean traducidos a un lenguaje que permita una efectiva integración de todos los que están a la espera de los frutos este proceso, sobre todo pensando en materiales que hagan accesible la participación de las periferias.
Foto de portada: Moises Becerra-Cathopic