Por Pablo Dávalos Dávila
Para mí, es una alegría poder compartirte esto. Porque se muy bien lo que el miedo al dolor pude provocar en la vida, que es el no vivirla. El año pasado, por estas mismas fechas, se me juntaron 3 experiencias muy cañonas en mi vida, bastante dolorosas; que sin duda han marcado un antes y un después en mí. Durante muchos años, por miedo al dolor, intente controlar TODO lo que estuviera a mi alrededor, relaciones, personas, situaciones etc. Esto con el fin de ser la persona que tuviera la ultima palabra y así no “sufrir”. Lejos de esto, me orillaba a no vivir con libertad ni autenticidad conmigo y con los demás. Es por eso que gracias a estas “terribles” experiencias, he ido cerniendo y con el tiempo se ha madurado la experiencia y con esto he ido poco a poco encontrando el sentido al dolor. Porque el dolor tiene una dimensión redentora y ESPERANZADORA, y es proporcional a nuestra capacidad de amar.
– La vida no es perfecta, pero tiene que vivirse con plenitud – No basta con vivir, sino que sea una vida bella y vivible.
En los párrafos siguientes, justamente quiero compartirte eso, como la vida es más vivible y más bella, cuándo dejamos a un lado el miedo al dolor, y nos permitimos vivir en libertad y con autenticidad, no intentando controlar cada aspecto de los demás, ni cada circunstancia, simplemente escuchando la voz del Padre en nuestra vida y atrevernos a vivirla compartida con los demás Si bien es cierto que el dolor es inevitable y sin excepción todos lo padecemos, no tengo duda, que es VITAL permitirnos sentirlo y asumirlo ya que al abrazarlo nos hacemos consientes y sensibles al dolor de los demás, y de los más excluidos. Por supuesto que cuando sucede esto, el dolor se transforma en comunión y no es por arte de magia, sino que es un don que es dado en gratuidad, es una construcción que lleva al amor y que nos permite sabernos sostenidos. Con esto es posible que nuestros miedos se vayan, al igual que nuestras angustias, la inseguridad del desprecio, del resentimiento y del desamor experimentado en la vida. Con esto se vuelve posible una vida de comunión al cuidado unos de otros y de la creación. Porque la entrega amorosa es siempre gratuita.
El camino con sus contrastes.
A lo largo del camino, hay acontecimientos divertidos, de gozo y ternura, pero sin duda también existen los momentos de dolor, que, como seres humanos, nos angustian y frente a esto, es factible que los rechacemos e ignoremos, por lo tanto, intentemos evadir por completo la realidad, con placer o lo que más nos funcione para olvidarnos de nuestra situación, aunque sea por unos momentos, y en consecuencia podemos actuar desde el miedo y no desde el amor gratuito en libertad. Con esto dejamos de asumir la realidad, prolongando nuestro dolor y en consecuencia pasa a ser sufrimiento insoportable.
Lamentablemente podemos llegar a experimentar un rechazo a todas aquellas experiencias que puedan parecer amenazadoras o que pensamos que nos podría llegar a lastimar y causar dolor. Esto sin duda alguna es muy peligroso porque nos aleja del magis, de la vida misma, y del compartirnos gratuitamente.
El dolor de Jesús, y el dolor en nuestra cotidianidad
Aquí me gustaría hacer el primer contraste con la vida de Jesús un ser humano como tú y como yo, que quiso abrirse a la vida con todo lo que conlleva la misma, que se compartió hasta el extremo por sus ideales y por amor a los suyos, y todo desde la gratuidad. Pienso que los dolores de la vida, se asemejan con la cruz de Jesús, porque sin duda en ambas situaciones se viven con angustia, frustración, miedo, soledad y muchas veces sin esperanza, por eso quiero compartir algunos pasajes de la vida de Jesús.
Jesús también vivió dolor, angustia y soledad. La cruz no fue solo un símbolo de entrega, sino una experiencia real de miedo, tristeza y abandono. Él no evadió el dolor, sino que lo habitó profundamente:
“Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.» (Lucas 22:44),
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15:34)
«Mi alma está muy triste, hasta la muerte.» (Mateo 26:38)
Jesús comparte y demuestra como el dolor de la vida, nos angustia, y como todos nos sentimos solos, rotos o sin esperanza, pero nos recuerda que él ya estuvo ahí. La cruz es el lugar donde se unen el dolor humano y la fidelidad divina.
Sin embargo, todo esto nos nubla la visión, del presente, y por supuesto que, del futuro, (nuestro magis, y lo más importante, la esperanza, nuestro ¿para qué?). Creo que es ese mismo dolor que nos puede llevar a ser sensibles al dolor de los demás, y que nos permite ser conscientes de nuestra fragilidad para ya no solo mirar hacia adentro, sino que, a pesar de nuestro dolor, ser capaces de poder ver al otro con amor y cuidado y así poder construir una sociedad fraterna que se comparte. Por lo que considero que es menester aceptar y abrazar el dolor. Estoy convencido que las crisis que nos provocan malestar e inquietud, son procesos muy privilegiados que tal vez en su momento no se pueden llegar a ver de estar manera, pero que sin duda nos hace conscientes del caos. Y que nos invita a poder superar una etapa, despidiéndonos de ella, para poder afrontar la siguiente.
Amar el misterio, abrazando la vida por completo.
Me gustaría proponer una manera de poder abrazar la vida por completo, con lo chido y con lo difícil, con sus luces y con sus oscuridades. Para empezar, creo que es muy importante no enraizarnos completamente a nada, y poder vivir lo que se nos presenta con gozo, a no quedarnos encerrados en un esquema de vida y llegar a aprender vivir en una dulce desestabilización. Creo que lo que nos va atando son las proyecciones que queremos ir mostrando a los demás, y sin duda a eso es a lo que tenemos que renunciar para poder llegar a la plenitud. Aquí es donde me hace profundo sentido el amor al misterio, a lo desconocido. Porque sé que amar al misterio, (la duda) es lo que le da esperanza a nuestra vida.
El sentido de la vida es un don dado que cobra significado cuando te compartes. (Plenitud – Resurrección)
Lo chido de la vida empieza, cuando experimentamos el don del otro. En el apreciar y reconocer la belleza en la cotidianidad. El arte de aprender a contemplar lo que implica despojarnos de nuestro creencias, posesiones y controles, ya que solo vaciándonos podemos recibir con libertad el don del otro y hacernos comunes. Es necesario nutrimos del otro, porque en eso consiste la dinámica de la comunión en hacernos comunes – Esto me recordó a lo que una vez me dijo un Profesor de mi Universidad, Javier Riegwlen: Vivir desde la gratuidad es vivir desde la esperanza, porque la gracia nos reta a abrazar y celebrar la vida en su totalidad con el gozo y dolor. El que se comparte, se convierte en compañero que acompaña, solo así la vida deja de ser tiempo que transcurre y se convierte en tiempo de encuentro. Es así que Jesús nos muestra como reconocer el sentido; (Reconocer la belleza y la bondad del amor y entonces libremente corresponder). Siendo capaces de percibir que nuestra existencia no es individual, sino que está ligada a los demás, y así poder construir una realidad común. Ser para los demás, descubriendo y discerniendo cada quien su propio camino y sacando a la luz aquel modo tan personal y único que Dios se revela en cada uno. Donde es posible y cobra sentido el compartirse en la cotidianidad.
Veo que todo esto nos encamina a hacernos conscientes que lo que nos lleva a la plenitud es la misericordia, no el cumplimiento de lo “correcto” o lo “bien visto”, porque una tarea movida por el deber ser, o lo que se ve bien hacer, como sucede en nuestra realidad y como pueden ser el éxito, el poder, el aparentar, etc. No nos conduce a la felicidad ni a la salvación de nadie. En cambio, el sabernos amados, reconocidos, acompañados, perdonados y sostenidos. Nos da esperanza y empezamos a descubrir el sentido dado. (Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos). Hacer esto con lo demás, así como yo necesito que los demás lo hagan conmigo.
Me hizo mucho sentido lo que dicen en una película de X-Men; “No es el dolor de los demás a lo que le tememos, sino a sentir nuestro propio dolor, y aunque nos duela, es ese mismo dolor el que nos hará más fuertes, si somos capaces de permitir sentirlo, asumirlo y abrazarlo. Porque abrirá nuevos caminos de amor con libertad, ya que es el don más grande que tenemos y el que nos lleva al magis. Así como la esperanza es el más humano de los poderes”
También se me hizo muy chido este poema de un Jesuita y quiero compartírtelo.
¡Enamórate!
Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es
lo que te saca de la cama en la mañana,
qué hacer con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.
(Joseph P. Whelan, SJ)
Por último, te comparto las invitaciones que tengo a partir de esta vivencia.
Me invitas a disfrutar cada momento, aunque no sea prolongado, a compartir con cada persona con la que me encuentre, aunque no eche raíz, aunque sea efímero, que el momento compartido vale la pena.
Me hace sentido el levantarme, y comenzar de nuevo las veces que sean necesarias. A amar los comienzos, y confiar en el camino porque caminar es un acto de libertad y ligereza, el descubrirme a mí mismo mientras descubro el mundo. Me invitas a echar las redes de nuevo, cuantas veces sean necesarias.
A saberme sostenido por TI, estando completamente convencido que estás conmigo, dejando el miedo de lado. Que, si vivo una dificultad, tu estarás conmigo, que, si paso por las llamas, no me quemaré. Actuar conforme a tus invitaciones y lo que me indique mi corazón, para actuar con libertad. Sabiendo que TU me acompañas y me sostienes SIEMPRE, incluso en el silencio.
Quiero vivir sabiendo que mi lugar no está en los éxitos y logros del mundo, sino en una barca que navega, donde tarde o temprano durante la navegación de la vida habrá aguas violentas y vientos en contra. Porque sé que la verdadera formación que Jesús transmite a los suyos no consiste en saber construir una barca, ni en enseñar el código náutico, sino en transmitir la pasión de navegar, el gusto por el gran mar abierto e infinito.
Poder salir al encuentro de los demás; donde invitas a curar heridas y calentar corazones; que sepa llorar y acariciar en lugar de encerrarme en normas. Soñando la vida en común con una entrega amorosa y contagiosa. Amando como tu amas, porque el que ama no cansa, ni se cansa.