El 3 de julio pasado la presidencia de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) publicó un video que anuncia una serie de catequesis llamada «Venga a nosotros tu Reino», con motivo de los cien años de la declaración pontificia de la solemnidad litúrgica de la Fiesta de Cristo Rey del Universo que coincide, circunstancialmente, con los prolegómenos de Guerra Cristera en México. Desde ese contexto, se asegura que las catequesis próximas buscarán iluminar y motivar a los católicos del siglo XXI para responder a una realidad herida en el país.
Sin duda, es positivo que, en el mismo anuncio de este proyecto, se recuerde que «Cristo no reina desde el poder humano sino desde la cruz»; porque es evidente que, si bien la epopeya mexicana de la Cristiada ha dejado a la Iglesia mexicana el testimonio heroico de un gran número de mártires y santos, no se puede negar que también fue un momento marcado esencialmente por la intolerancia, la violencia generalizada, una formal persecución religiosa institucionalizada por el poder posrevolucionario y una compleja reacción de la catolicidad mexicana que, aunque en muchos casos mostró signos de virtudes heroicas, también evidenció una perniciosa forma de obrar de algunos liderazgos católicos que, torciendo narraciones de los hechos y manipulando las conciencias, usufructuaron falsos consensos episcopales y falsearon la transmisión de acontecimientos al Santo Padre.
Cristo Rey y la búsqueda de libertad religiosa
Aún en esta época existen muchos grupos que desde ambos extremos ideológicos continúan sin reconciliarse con la historia: tanto líderes en el poder político, profunda y hasta criminalmente antirreligiosos, como católicos trasnochados, ávidos y jadeantes de su propia Cristiada en el siglo XXI. Una catequesis actualizada, postconciliar y a la luz del magisterio pontificio de este siglo es indispensable para orientar a un país que sigue arrastrando efectos y las heridas de una historia centenaria.
Porque si las viejas heridas siguen configurando los márgenes de la libertad religiosa, la laicidad colaborativa o las relaciones interinstitucionales entre el poder político y los obispos mexicanos, sólo una moderna comprensión del Reinado de Cristo entre los católicos puede ayudar a reparar la añeja e inútil desconfianza entre facciones politizadas.
En una primera aproximación es necesario abordar la dificultad de extrapolar Quas Primas de 1925 a 2025, porque hablamos de un contexto histórico irrepetible. Hace un siglo el mundo se encontraba en un intenso contexto de bipolaridad ideológico–política. La encíclica del papa surge en un mundo fracturado por el ascenso de dos ideologías totalitarias: el fascismo y el comunismo ateo; ambas negaban explícita o tácitamente a Dios y buscaban sustituir la religión por el control del Estado; así, la realeza de Cristo representaba en aquel entonces una respuesta teológica contra los sistemas que pretendían ser en la práctica «religiones políticas» absolutas.
La encíclica interpreta el reinado de Cristo desde una visión triunfalista–jurídica de Cristo Rey, enfatizando su dominio (imperio) sobre las sociedades y los Estados. Se insiste en que los gobernantes deben hacer manifestación y reconocimiento público de la autoridad de Cristo «si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria». En el contexto mexicano, el poder político buscaba sustituir por entero la dimensión social y simbólica de la Iglesia católica, incluso utilizando mecanismos armados. En octubre de 1923, durante su campaña rumbo a la presidencia, Plutarco Elías Calles respondió al grito de «¡Viva Cristo Rey!» con una amenaza directa: «¡Ya nos encontraremos en el campo de la lucha y los volveremos a derrotar como los hemos derrotado siempre!».
Como sabemos, la crisis creció desde muchos frentes, se alimentó el conflicto por diversos medios e intereses, y finalmente la resolución se gestionó por medio de peculiares arreglos en los que primaron la simulación, el silencio y la connivencia. Esto último, aunque positivo para evitar el derramamiento de sangre, fue el cieno donde se alimentaron y permanecieron ocultos grupos de revanchismo y estrategias secretas de infiltración y manipulación de estructuras políticas y eclesiásticas con pretendida misión escatológica. Grupos y estrategias que, en pleno siglo XXI, siguen actuando en diversos niveles.

Un siglo y un Concilio de distancia
Por eso resulta importante la catequesis actualizada que adelanta el Episcopado Mexicano, porque la reflexión sobre nuestra historia y la dimensión teológica del Reinado de Cristo está obligada a despegarse de tentaciones preconciliares.
En primer lugar, ha habido un cambio de paradigma cristológico en la última centuria. El Concilio Vaticano II (1962–1965) realizó una revolución en la comprensión de Cristo y su Reino. El sentido del «reino cristológico» ha dejado de lado conceptos como «imperio», «dominio», «imposición», «autoridad», que emulan a cierto poder coercitivo, y lo orienta hacia una «transformación» que interpela desde el amor, el servicio y la justicia. El Reino de Dios hoy se distancia de una lectura que lo compare con un proyecto político–terrenal o la validación de los poderes temporales; por el contrario, enfatiza la autonomía de lo temporal y rechaza teocracias o confesionalismos forzados.
El magisterio pontificio del siglo XXI también actualiza el pensamiento teológico sobre la «dimensión política de la fe». Benedicto XVI, en Deus Caritas Est, criticó la «teología política» que instrumentaliza la fe para proyectos temporales. Dijo que la Iglesia actúa en la política mediante la formación de las conciencias y la caridad, no buscando poder, pues «el establecimiento de estructuras justas no es un cometido inmediato de la Iglesia, sino que pertenece a la esfera de la política, es decir, de la razón auto–responsable».
También Francisco, en Evangelii Gaudium y Fratelli Tutti, insistió en que el anuncio del Reino es inseparable del servicio a los pobres, la justicia social, la ecología integral y la cultura del encuentro. El «poder» cristiano es el servicio humilde, y la paz se construye desde la periferia, no desde los centroides del poder.
Además, para evitar los riesgos de una Cristiada rediviva, hay que aceptar la enorme distancia temporal entre 1925 y 2025. Ambas crisis son de naturaleza completamente diferente: hoy vivimos en México una violencia sistémica y multidimensional que no es producto ni de una persecución religiosa institucionalizada ni de la suspensión de derechos humanos fundamentales y colectivos. Se trata de una crisis compleja de violencia estructural no resuelta (precarización, pobreza, desigualdad), la naturalización del crimen organizado en la vida social (narcotráfico y narcocultura), corrupción sistémica tanto en órdenes de gobierno, entidades privadas y prácticas personales, y una profunda reconfiguración ética y moral del tejido social (cultura egoísta, hiperconsumista, pseudo–meritocrática, de privilegios y abuso de poder). La respuesta, por tanto, no puede ser una mera «resistencia espiritual» contra un «enemigo» definido, sino una acción profética transformadora de todas las estructuras en crisis.
La sociedad mexicana hoy es plural y esencialmente secularizada. Retornar acríticamente a un lenguaje o símbolo religioso reivindicando un contexto histórico superado no sólo se trata de una solución política limitada, sino incluso contraproducente y ajena al espíritu conciliar del diálogo y el servicio. La orientación pastoral no puede privarse de una lectura propia de los signos de los tiempos contemporáneos; de lo contrario, se corre el riesgo de promover ansiedades nostálgicas y reduccionistas, revivir cierto integrismo superado que ignora la evolución doctrinal a través del magisterio, y también podría simplificar la crisis actual, al reducir la compleja violencia mexicana a un conflicto político–religioso como el ocurrido hace un siglo.
Catequesis propositiva, no anhelante del pasado
A la luz del Concilio Vaticano II y el magisterio posterior, la catequesis sobre «Cristo Rey» en el México herido de 2025 podría enfocarse desde una cristología integrada en una pastoral de encuentro, reconocimiento de la realidad objetiva, con una mirada prospectiva y sinodal, orientada hacia una auténtica transformación social, como menciona el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033.
La fuerza de la teología centrada en Cristo Rey en el contexto contemporáneo no reside en evocar un pasado de resistencia política–religiosa bajo un modelo triunfalista ya superado. Reside en redescubrir, a la luz del Concilio Vaticano II y el magisterio pontificio de este siglo, a Cristo que reina desde la Cruz y el servicio.
Su Reino es la esperanza para México no porque imponga un orden, sino porque inspira y fortalece a sus discípulos para enfrentar la violencia con el coraje de la no violencia activa y la búsqueda incansable de justicia para las víctimas («Una paz desarmada y desarmante», como dice el papa León XIV); para combatir la corrupción y el narcotráfico desde la integridad personal y la denuncia profética de las estructuras de pecado (sin «perseguir los carruajes de los faraones ni buscar el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos», como dijo el papa Francisco); para reconstruir el tejido social mediante el encuentro, el diálogo, la reconciliación y la promoción de una cultura de la vida y la paz, y para servir a los más pobres y excluidos como prioridad evangélica, haciendo tangible la actitud permanente de servicio en una «escuela continua de aprendizaje humanístico que se viva en una actitud permanente de servicio a los más necesitados», como indica el propio Proyecto Global de Pastoral.