Cada 12 de octubre, afuera de la catedral de la ciudad de Guadalajara, se congregan miles de creyentes de la Virgen de Zapopan. Aquello es una fiesta, y en ella un pequeño grupo de músicos wixárikas aprovecha la ocasión para dar a conocer su música a cambio de monedas. Un par de monjas ofrecen, a quienes pasan, las imágenes de la virgen, oraciones y escapularios para recordar el momento. Aunque las personas se detienen a ver ––quizá por cortesía––, no compran. Para todos es claro: ¡lo importante es ir a ver a su Generala! Así comienzan las eucaristías por la virgen chaparrita. Esta tradición se ha celebrado durante 291 años.
Desde el día 9 y hasta 11 de octubre los asistentes, los de fe y los turistas, toman lugar en las calles; la virgencita ha peregrinado por todo el estado de Jalisco y pronto regresará a su casa: la Basílica en Zapopan. Antes hace una parada en la Catedral Metropolitana, dando así inicio a las Fiestas Patronales de la Arquidiócesis de Guadalajara.
Las trasmisiones en vivo y la lucha por obtener el mejor lugar para la toma de la última misa de la virgen se inician por allí de las cinco de la mañana del domingo 12 de octubre, cuando la cantidad de fieles desborda el Paseo Alcalde.

Nadie duerme, todos se quedan despiertos. Llegan danzantes, ensayan y dedican sus bailes a la Generala. También están los puestos ambulantes que permanecen abiertos hasta la misa de despedida. Así da inicio a la magna peregrinación: la Romería de la Virgen de Zapopan que, aun tan pequeñita, provoca cierres de calles y estaciones del tren ligero. Sus milagros hablan por ella en el pueblo creyente, que desde tiempos de la Nueva España frailes, párrocos, monjes comenzaron a venerarla.
El Gobierno de Jalisco informó que este 2025 la asistencia «fue histórica»: tres millones de feligreses acompañaron a la virgen y participaron más de trecientos grupos de danzas.
La virgen viajera
La Virgen de Zapopan es la patrona de la ciudad en contra de las tempestades. Se le otorgó este título en 1734 por la Real Audiencia de la Nueva Galicia, es por eso que su celebración se hace en octubre, cuando la lluvia va amansando en lo que hoy llamamos el Área Metropolitana de Guadalajara.
La imagen de la Virgen de Zapopan llegó de Pátzcuaro, Michoacán, a Nueva Galicia (hoy Jalisco) en el año 1530, y fue traída a la región por fray Antonio de Segovia, un franciscano conocido como «el apóstol». La imagen original está hecha de pasta de caña de maíz, y para su elaboracón se le aplicó una antigua técnica de textilería prehispánica, creada por una comunidad indígena en Michoacán —posiblemente artesanos purépechas—; en aquel tiempo fue bautizada como la «Purísima Concepción».
La Generala lleva un rebozo de guare, una prenda común y tradicional en las ancianas de Michoacán y Jalisco. También lleva un sombrero con un alto valor cultural en el país, aunque a veces lo reemplazan por una corona. Otro símbolo que sobresale es la media luna dorada bajo sus pies, haciendo referencia al Libro del Apocalipsis (12. 1–2): «Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer vestida del sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas».
Fray Antonio de Segovia decía que la presencia de la virgen había de tranquilizar el ambiente hostil que se vivía en aquella época en Nueva Galicia, pues las comunidades indígenas se habían rebelado en contra de los españoles. La Purísima Concepción fue clave para pacificar la relación entre ambos lados.
La imagen fue donada a una comunidad de Zapopan, en donde se le construyó una pequeña ermita de paja para su conservación y veneración. Ahí, dicen, comenzaron los milagros. Es tanta su devoción que le construyeron una basílica y la Generala comenzó a ser una figura importante para las clases populares de Guadalajara.
Esta celebración, también conocida como «La llevada de la Virgen de Zapopan», fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en el año 2018, y forma parte de las once tradiciones y celebraciones mexicanas que están inscritas en esta lista. Con esto se protege la solemnidad popular de México, pero también se toman medidas para la salvaguardia de esta tradición, pues incluye rezos, cantos, peregrinaciones, danzas y otras manifestaciones culturales que se viven durante este ciclo de rituales.
Celebrar una tradición es un acto de resistencia
Para los antropólogos más puritanos, la religiosidad acaba con las tradiciones ancestrales. La cultura está en la memoria de las personas y de sus pueblos, por ende, está en constante cambio. Todo lo que rodea al ciclo ritual de la Romería de la Virgen de Zapopan tiene conciencia indígena. Se asume así un mestizaje cultural que revitaliza la celebración. Todas las figuras de dioses y vírgenes del país tienen esa negociación: la de no ser una deidad europea ni indígena, sino una mezcla de ambos.
La tradición se adaptó a los cambios y a los procesos históricos. Por ejemplo, la virgen ha tenido un sentido nacionalista: en 1821 el Ejército Trigarante le dio el nombramiento honorífico de «Generala» a esta virgen.
El éxtasis de fe entre los creyentes que peregrinan por las calles del centro de Guadalajara, por la avenida Américas, comparte calle con las fichas de búsqueda de personas desaparecidas pegadas en los bolardos, que nos recuerdan que el paso de la virgen es una forma colectiva de vida y resulta necesaria como proceso de reconstrucción del tejido social ante la violencia.
Es así como Guadalajara se da tiempo para celebrar a su patrona y de expresar ese dolor mediante la devoción popular, que está presente en las teguas de los danzantes; en cada enfermo que busca en esta virgen a la taumaturga que puede aliviar sus males; en cada rezo bajo los rayos del sol, en los casi nueve kilómetros que se recorren para la celebración, distancia en la que también cada familia de personas desaparecidas peregrina con la esperanza de encontrarles.







