Claudia Aguirre Macossay*
¡Aparentamos que lo tenemos todo y buscamos como si no tuviéramos nada! En una época en la que tenemos acceso a la comunicación instantánea pareciera que muchas otras necesidades estuvieran resueltas también. El tiempo nos ha ido dejando claro que no siempre es así, una persona puede saber usar un dispositivo móvil, aunque no sepa manejar sus emociones.
La comunicación a través del internet ha modificado la forma de vivir el tiempo, las relaciones y los procesos humanos. Experiencias como las del noviazgo a larga distancia, antes de la conectividad en tiempo real, eran alimentadas a través de otro tipo de comunicación que podía durar varias semanas hasta que lograra conectar a las dos partes. Los involucrados vivían el factor del tiempo con grados de paciencia y esperanza, deseando que el día de la respuesta llegara. Mientras que eso ocurría se acumulaban otro tanto de anécdotas que aparecían en la siguiente carta. Hoy las experiencias de noviazgo pueden llegar a tener una comunicación ininterrumpida, generando otro tipo de vivencias, relacionadas con la preocupación o el agobio. El mensaje de WhatsApp que aún no se ha respondido provoca cierta predisposición de quien se sabe con el pendiente de hacerlo.
El ser humano del siglo XXI, igual que el de otros siglos se vive en constante búsqueda de experiencias que le acerquen a la plenitud y trascendencia. Sí bien es cierto dicha búsqueda sigue siendo vigente en la especie humana, también es verdad que, en esta época, las tecnologías, dígase el internet o redes sociales, pueden obstaculizar este proceso.
Benditas redes sociales
¡Cuántas cosas podemos resolver gracias al internet! Las plataformas, los sitios digitales y redes sociales han venido a facilitar una gran parte de la vida cotidiana, sobre todo en las ciudades. La pandemia del coronavirus nos llevó por caminos nuevos en materia de comunicar, aprender, comprar, vender, reunir y tantas acciones más. Muchas cosas que hacemos hoy han tenido su origen en lo que empezamos a hacer desde el contexto de la pandemia.
Gracias a estas herramientas, hoy podemos estar informados ante cuestiones puntuales que afectan el entorno de alguna colonia, pueblo, o cualquier sitio del mundo. Podemos tener información con una rapidez que quizá en otra época de la historia no fue posible. Dentro de sus virtudes es que pueden ser espacios de difusión y denuncias públicas, reportes ciudadanos. Ante la crisis ambiental y de personas desaparecidas, las redes han tenido un papel fundamental.
Navegamos y no pescamos nada
Mas como en todo, hay otra cara de la moneda. Personas promedio que en su vida cotidiana han integrado las redes sociales y el uso de dispositivos móviles viven el día como si fuera un maratón. Aceleradas, en una carrera en contra del tiempo. Sin embargo, esas mismas personas invierten una gran parte de su tiempo en sus dispositivos, aun cuando la mayoría de las veces, no tienen algún objetivo de estar ahí. Buscan sin saber lo que buscan. Navegan y no pescan nada de lo que necesitan.
La conducta de permanecer constantes en las redes sociales, sin motivo aparente nos ha llevado a tener menor contacto con nosotros mismos, a una menor escucha de lo que deseamos realmente. Con frecuencia somos presa fácil de los mensajes, ventas, tendencias; una especie de consumidores que se pasean por una gran vitrina de mensajes, publicaciones, imágenes, videos que nos limitan la posibilidad de mirar cómo vamos construyendo nuestro proyecto de trascendencia e incluso, cómo contribuimos al de los otros/as.
Pase lo que pase, vea lo que vea, será efímero, ese tiempo invertido no encamina a lo que realmente estamos deseando.
Por sus publicaciones los conoceréis
Lo breve de un mensaje en las redes sociales, nos hace ver la realidad de forma fraccionada. En un video de menos de un minuto visualizamos lo mejor de un concierto, los momentos especiales de un viaje, la receta de un platillo, el proceso de crecimiento de una persona, haciéndonos creer que no hay un previo.
En un video de tiempo corto se plantean realidades grandes como la guerra, el daño ambiental, o bien, el discurso político, la aparición de un famoso en el momento exacto para la foto; imágenes que han sido elegidas y editadas por un “alguien” que no lo ha dicho todo. Como resultado de lo que vemos, es que nos quedamos con un contexto a medias, con sólo una parte de la historia, con versiones fraccionadas.
Una persona que publica su sentir respecto a alguna cuestión hace que sus interlocutores puedan opinar, reaccionar o pasar de largo. Habrá quiénes aconsejen, otros establecen algún juicio. Hemos visto cómo una percepción puede convertirse en una verdad de muchos, sólo por su cantidad de reacciones. Cierto o falso ya hubo un resultado que a alguien impacta (en todo el sentido de la palabra).
En el ecosistema de las plataformas y aplicaciones, el internauta cree ganar conocimiento a través de lo virtual. Se leen o escuchan ideas que han pensado otras personas y las repite como propias; vemos actividades o acciones que otros realizan y las agrega a su estilo porque alguien (que no conoce) le ha convencido de ello.
Algunas propuestas religiosas, espirituales en la web, no están exentas de aparecer como un “producto” más y no como una posibilidad que presente itinerarios para una vida con más sentido, juicio crítico o humanización. Quizá debamos entender que las redes sociales no nos harán la tarea de vivir y de realizarnos.
Virtualidad y Experiencias de vida
A través de ellas no hay posibilidad de tocar lo humano que nos humaniza, el bien común que nos vincula y nos cohesiona. Son un recurso limitado. La IA desafía a la humanidad en tanto que desarrolla habilidades, sin embargo, hasta ahora no da señales de generar a través de una relación interpersonal, experiencias de encuentro solidario, apoyo, consuelo, reconciliación, memoria, compañía, la fiesta, el rito vivido en comunidad.
Las experiencias de vida no se pueden resumir en un video corto. Surgen del encuentro con aquello que desacomoda nuestra existencia, invitándonos a caminar por “lugares” que no hemos andado. Nos empujan a vivir desde la esperanza porque nos permiten descubrir capacidades que van más allá de “postear”, “compartir imagen” o crear un reels.
Tienen poco que ver con habilidades y mucho más con la capacidad de salir de nosotros mismos para convertirnos en aquello a lo que estamos llamados a ser. Nos sacan del sitio (existencial) en el que nos encontramos porque nos cuestionan y nos cambian “de lugar”. Mirarnos delante de una realidad desconocida a la que tenemos que responder de forma diferente: Recuperar una relación, empezar a buscar un empleo, cambiar la forma de ver los fracasos, darle un giro a algo que ya no funciona, salir del ciclo de la victimización.
Las experiencias de vida “abarcan” todo de nosotros. En ella no podemos ser sólo espectadores dado que estamos desempeñando un papel clave dentro de esa realidad.
La misma palabra experiencia, que en latín se refiere a «experientia«, significa «prueba», «ensayo». Leonardo Boff dice que no se trata de un conocimiento teórico o libresco, sino que se adquiere en contacto con la realidad, que no se deja penetrar fácilmente y que incluso se opone y resiste al ser humano. Las siguientes preguntas reflejan la posibilidad de emprender una experiencia de vida:
¿Qué será de mí después de haber terminado la universidad? ¿dónde voy a trabajar? ¿qué va a pasar sí me equivoco de carrera? ¿y sí no soy exitosa/o como lo espero? ¿existirá un trabajo que me apasione?
¿Y si no me elige para ser su pareja? ¿Cómo voy a vivir la soledad y el dolor que me deja una relación que se ha terminado? ¿cómo se vive la etapa de la ausencia? ¿qué va a pasar conmigo después de que puse todas mis expectativas en una relación que no funcionó?
¿Qué cosas necesito vivir para poder responder a los desafíos que la vida me presente?
Cualquiera que sea la experiencia que vivamos, no nos dejará estáticos, nos pondrá en movimiento. Aunque pareciera que está de sobra decirlo, no lo está en este contexto en el que lo virtual nos hace creer que “tenemos mucho” con sólo navegar. Tenemos que recordar que el estado permanente e inamovible de satisfacción no existe. La vida es constante movimiento, subir, bajar, caer y levantar; vivir evitando algo de esto, es como ir en contra del dinamismo propio de la existencia humana.
En este sentido podríamos decir que lo que vemos a través de las pantallas nos deja sólo como espectadores de la vida, pero no nos hace vivir. Vemos de lejos pero no probamos, no ponemos a prueba una gran parte de lo que tiene que ver con aquello que nos pone en el camino de la plenitud, realización y trascendencia.
Ninguna de las preguntas hechas encontrará respuesta vital en las redes sociales o en la IA. Necesitamos andar ese camino y vivir ese proceso. Eso es parte de la trascendencia.
Cuando renunciamos a mirar nuestra propia vida como objeto de consumo, abandonamos también cualquier propuesta que intente “acomodarnos” en el mismo “molde” de los demás. Nos hacemos dueñas/os de la propia existencia. Reconocemos que la única persona que va a vivir el papel de nuestra historia, somos nosotras mismas. ¡No lo vi en las redes, lo viví!
Para saber más
Boff, Leonardo, Experimentar a Dios: La transparencia de todas las cosas, Sal Terrae, Bilbao, 2003
*Claudia Aguirre Macossay es académica del Centro Universitario Ignaciano del ITESO