Geopolítica de la Esperanza

El territorio como lugar de dignidad y justicia

Este texto incluye fragmentos del libro Geopolítica de la Esperanza, publicado por el mismo autor en 2020.

Entre la apatía y la participación, la vida pública se sucede sin cesar. ¿Cómo hacer frente a esta complejidad que se agolpa a veces con expresión de imposibilidad de hacer? No está siendo fácil animar la esperanza en medio de la desesperanza colectiva; no parece sencillo organizar una praxis sostenida en la esperanza de un mundo o una Casa Común con mayor bienestar para todos. La fuerza del «mal común» —como dijera el rector mártir, Ignacio Ellacuría—, es decir, las injusticias estructurales y las pedagogías que lo propagan, son robustas y afectan y minan las conciencias, adormecen las potencialidades y desmovilizan las respuestas.

No obstante, aquí y allá, en medio de la noche oscura y el paradigma dominante de la desesperanza, emergen distintas formas de resistencia y organización comunitaria y popular. Aparecen los activistas locales, «gladiadores» antisistema, así como articulaciones y redes que buscan una respuesta humana, justa y fraterna al largo túnel del capitalismo neoliberal.

Desde las periferias planetarias, pero también desde los centros neurálgicos de los países más ricos, irrumpen rebeldes de todo tipo: contra el orden establecido, contra los partidos tradicionales, contra las élites políticas rapaces y kakistocráticas —el gobierno de los peores—, contra las transnacionales depredadoras y extractivistas, contra el capital que abusa de los bienes naturales, contra patriarcados, machismos y clericalismos históricos, contra la inhumanidad de la humanidad.

El exilio del bien común, como mal común, está siendo contestado, resistido y contrarrestado. Ante un mundo roto, insolidario y moralmente ciego, emergen praxis locales para defender la vida digna, la paz con justicia, el cuidado de la Casa Común. A esta repuesta de resistencia, organización y resiliencia social y comunitaria la denomino «geopolítica de la esperanza».

El término «geopolítica» se ha usado comúnmente en el ámbito de las relaciones internacionales. Sin embargo, como otras categorías conceptuales, en la medida que avanza la complejidad de la realidad, su significado se vacía. Deconstruimos el término de «geopolítica» y lo resignificamos. En este nuevo sentido, la geopolítica de la esperanza es una posición colectiva para cuidar la comunidad en un determinado territorio, sobre todo el territorio local, orientada a defender la dignidad humana y la justicia social a través de proyectos que nutran un ethos que reanime la construcción/reconstrucción del tejido social.

Esta geopolítica de la esperanza está compuesta por cuatro dimensiones: la epistemología de la esperanza, la ética de la esperanza, la praxis de la esperanza y la espiritualidad de la esperanza.

1. La epistemología de la esperanza

En este campo queremos ver, analizar e interpretar la realidad con perspectiva esperanzadora. ¿Cómo y para qué hacemos análisis social, político, económico, territorial, eclesial y cultural? La hermenéutica dominante para analizar la realidad consiste en sobreestimar las injusticias y subestimar la acción transformadora de las resistencias y la acción colectiva. Muchos análisis de la realidad terminan por desmovilizar a las personas, que se desesperan aún más. Ese análisis se convierte en una «apología del desastre», pero sin aliento para pensar alguna alternativa.

Ante ello, una epistemología de la esperanza utiliza las ciencias, la interdisciplina y la multidisciplina, las innovaciones teóricas y las epistemologías del sur, los saberes y las experiencias de los pueblos y las comunidades, para analizar la realidad con la finalidad de nutrir la esperanza con proyectos que resuelvan problemas, que generen alternativas de vida y de justicia, con planteamientos para transformar las realidades injustas.

Una epistemología de la esperanza abre nuevas rendijas y coyunturas para seguir incidiendo, anima esfuerzos de articulación y red, inspira opciones y alternativas donde aparentemente no las hay, establece con claridad el núcleo del que sale la injusticia estructural para pegar en él, para enfrentarlo y quebrarlo.

La filosofía de la realidad histórica en esta epistemología de la realidad gira en torno a que la realidad en sí misma es una condición de posibilidad; es una construcción social que admite sostenibilidades, cambios y transformaciones, en contraposición a aquella realidad vista y vivida como determinada e inalterable.

Así, esta epistemología anima a iluminar la esperanza, no sólo a creer en ella, sino a documentarla, a construir una cartografía de minería de datos, a sistematizarla, a apreciarla como realidad fáctica. Es un esfuerzo científico para reconocer las transformaciones de la realidad de nuestro tiempo. Esta epistemología de la esperanza debe reconocer la «pedagogía del mal» y también la «pedagogía de la esperanza», en términos de Paulo Freire, entendida esta última como aquello que nos anima a preparar el camino para la solidaridad y el bien o los bienes comunes.

Una epistemología de la esperanza crea alternativas, produce sentido, configura futuros, documenta buenas noticias, alimenta buenas nuevas, nutre nuestra resistencia y sistematiza aquello que nos inspira, fomentando con ello una conciencia crítica y creadora de la realidad, como lo planteaba Ellacuría. Esta epistemología se fragua de abajo hacia arriba y emana de una realidad real para transfigurarse en una verdadera realidad para los que apuestan a mundos nuevos y hogares acogedores.

2. Ética de la esperanza

Desde hace por lo menos cuatro décadas el mercado se convirtió en el nuevo dios. Los gobiernos se convirtieron en gerentes de las grandes empresas nacionales y transnacionales. La tierra y los recursos había que depredarlos. Todos fuimos llamados a consumir. Todos fuimos convertidos en mercancías. No tardaron en llegar la desigualdad, las migraciones, el cambio climático, el crimen organizado global, los kakistócratas y la violencia generalizada. Pocos ganadores, muchos perdedores.

Una ética de la esperanza no suele surgir en los mejores momentos de la humanidad, sino todo lo contrario: en aquellas épocas de terror y oscuridad propias de una humanidad perdida, sin brújula ética o moral, enamorada de la superficialidad, el consumo, el narcicismo, el éxito fácil a costa de los demás. Lo más deslumbrante de los liderazgos éticos en contextos donde «el hombre es el lobo del hombre», es que surgen justo cuando más se necesitan, cuando la aventura del ser humano parece irse definitivamente al despeñadero de la historia.

Este mundo cada vez menos humano nos demuestra que necesitamos más que nunca recuperar la brújula ética de nuestra andadura humana. Esta recuperación implica una ética de la esperanza cuya praxis se basa en el cuidado, como lo señalan Leonardo Boff y José Laguna, vehiculizado a través de tres dimensiones: la instauración de una economía del cuidado, la recuperación de la ciudadanía como cuidado de la Casa Común y la apelación a las preguntas éticas en los principales procesos que nos circundan, como la migración, la propiedad de la tierra y el agua, el consumo, la revolución tecnológica —incluida la inteligencia artificial—, los derechos humanos, la política, la economía social, etcétera.

Y en ese despertar público, en esa praxis glocal, se teje minuciosamente la ética de la esperanza al poner en marcha pequeños o grandes gestos de cuidado: de la tierra, del agua, del territorio, de las semillas, de los bosques, de los bienes naturales, de los bienes comunes, de las personas más vulnerables. Cuidar lo que nos es preciado, cuidar la vida, cuidar la identidad que nos hace fuertes, cuidar lo sagrado que heredamos de nuestros ancestros, cuidar a quienes nos necesitan.

En suma, paralela y transversalmente, una ética del cuidado y de cuidarnos los unos a los otros haría más saludables y humanas nuestras convivencias sociales, nuestros encuentros con los diferentes, nuestras cohabitaciones obligadas. Esta ética del cuidado puede ser fuente de esperanza, de resistencia, de inspiración y de consolación.

Esta ética del cuidado prepara caminos para el encuentro de la diversidad, amasa la solidaridad, endulza el corazón de quien promueve el bien común, acoge a los perdedores de la globalización, a los desheredados de la tierra. Es lo que Leonardo Boff denomina «pasar al paradigma del cuidado» en la construcción de sujetos críticos, creativos y cuidadores. Esta ética del cuidado define nuestra ética de la esperanza.

3. La praxis de la esperanza

Una praxis de la esperanza se concretaría en la resistencia y en la audacia de la acción transformadora de la realidad. La praxis de la resistencia es posiblemente hoy, en tiempos de capitalismo voraz y de los múltiples vaciamientos de sentido personal y social, la praxis de las praxis. Resistir es solidaridad y sostener el bien común contra viento y marea es responsabilidad ciudadana. Oponerse al mal común, ser signo de oposición a la injusticia. Resistir es un signo de esperanza en la transformación de realidades.

Resistir. Fundamental en tiempos de modernidad líquida, del «sálvese el que pueda», del «nunca va a cambiar esto», del «para qué te arriesgas, morirás y no habrás conseguido nada». No obstante, en muchos lugares de nuestro globalizado planeta se yerguen iniciativas de organización social, movilización ciudadana, marchas multitudinarias, cantos inspiradores, acciones contrasistema, piratas cibernéticos contra las grandes empresas o los gobiernos autocráticos, movimientos contraculturales, acciones colectivas juveniles y feministas que están marcando ya el siglo XXI.

Acción, contrapesos a las hegemonías, activismos que despuntan e incomodan al statu quo. Radicales y moderados, unos y otros atraviesan las avenidas del cambio social. La praxis de la esperanza se teje a fuego lento, en los márgenes de la historia, en la periferia de la sociedad, en los invisibles, en los disruptores, en los creativos, en quienes están sostenidos por una interioridad fuerte, sólida, que no alcanzan a ver los representantes de la injusticia.

4. La espiritualidad de la esperanza

En México y América Latina está muy reconocida y vivida la práctica religiosa, pero muy escondida la espiritualidad cristiana. Los rostros de Dios están muy desconfigurados en nuestros territorios. Muchas personas han matado a Dios en sus vidas o en sus sociedades porque no le conocen.

Una espiritualidad de la esperanza anima, prepara y forma en el discernimiento. Sociedades como las nuestras, violentas, injustas e impunes, nos ofrecen cotidianamente dilemas para enfrentar, resolver, reflexionar. El discernimiento para descubrir la voluntad de Dios en nuestra realidad se convierte en una necesidad esperanzada.

Una espiritualidad de la esperanza emana y bebe de la espiritualidad que el propio Jesús hizo praxis, es decir, se nutre de una praxis que acoge, cura, defiende, ama y perdona. Una espiritualidad de la esperanza que entiende la irrupción de Dios entre nosotros se asumirá como una respuesta «salvadora» y «esperanzadora». Una espiritualidad de la esperanza se teje en el discipulado de Jesús, viviendo la fe en comunidad, atendiendo al herido del camino.

5. Hacia una geopolítica de la esperanza

La epistemología, la ética, la praxis y la espiritualidad de la esperanza se concretan en un territorio determinado, en un lugar, en un espacio en el que sucede la vida humana y social, donde permanentemente están en juego la existencia y la muerte, la vida buena y los despojos de ésta. Es en el territorio local, donde vivimos, donde nos construimos, donde gozamos y sufrimos.

El apelativo «geo» alude a la tierra, al territorio. Para el gran capital el territorio ha sido el lugar para el extractivismo; para el crimen organizado el territorio ha sido el lugar para dominar. Para los pueblos, las comunidades y los ciudadanos el territorio debe ser el lugar para cuidar, defender y resignificar la vida, hacerla buena. Para hacer política territorial.

Consecuentemente, se entiende como política «el cuidado de la ciudad» al recuperar la raíz griega de su significado. Bajo esta lógica, la política es la disposición para cuidar la vida social, el bien público, los bienes comunes a través de la acción de sujetos históricos que se hacen cargo y se encargan de la realidad.

El territorio es el lugar privilegiado para el surgimiento de liderazgos esperanzadores. Este liderazgo ético, cívico y político nuevo debe hacer praxis con un verbo: esperanzar. Y ese esperanzar no debe cejar en el propósito de oponerse a la hegemonía de la ley del hombre como lobo del hombre. Ese esperanzar debe negar la negación que sustenta la inmutabilidad de la realidad.

Este liderazgo ético, cívico y político no puede ser ciego y mudo frente a la injusticia, sino que en ese hacerse desde abajo, desde las regiones locales, desde la esperanza de los débiles, va adquiriendo la fuerza política que transforma paciente, pero hondamente, los territorios que habitamos. Para todo ello necesitamos hombres y mujeres convencidos apasionadamente de esta tarea, y para ello es indispensable la formación de una mentalidad situada.

Corolario

En América Latina, desde los territorios locales —sobre todo aquéllos que se distinguen por estar en los márgenes tanto políticos como económicos— se impulsa la formación de la mentalidad a través del aprendizaje situado, es decir, aprender desde, con y para la realidad. Se lucha por extinguir el poder del patriarcado; en entornos de violencia se aplican las metodologías de la reconstrucción del tejido social, los modelos de mediación de conflictos y los artesanados de la paz; en otros espacios se regresa a la producción de alimentos en clave de agroecología y se estimula la soberanía alimentaria. En muchos territorios se enfrenta al acuifundio —el agua concentrada en pocas manos— mediante la defensa del agua como bien público. En cada país de América Latina hay personas que defienden los bienes comunes; se alientan nuevos consumos basados en economías sociales, solidarias y locales; se organizan líderes ambientales, así como defensores de los derechos humanos.

En el siglo XXI las teologías de la liberación continúan en un diálogo inacabado entre la religión y las ciencias sociales, produciendo conocimiento crítico y utópico a la luz del pensamiento decolonial y haciendo énfasis en la liberación de las víctimas de la opresión capitalista y del crimen organizado. En este contexto también han surgido espiritualidades de la liberación que conectan con la necesidad de transformar realidades en clave de esperanza y justicia.

En suma, la geopolítica de la esperanza se urde y teje en el territorio con la política de la presencia. Estar presentes, presentes para convocar, para hacer y transformar juntos, para resistir, para crear proyectos, para formar y formarnos, para animarnos en la alegría de tener una acción esperanzada.

Organizar la esperanza se ha convertido en el nuevo imperativo categórico desde la acción colectiva, en la lógica del sujeto histórico que toma la realidad en sus manos para dotarla de contenido, de vida, de sabiduría, de dignidad, de alegría. Es el anhelo por una humanidad que aprenda a perdonarse, a reconciliarse consigo misma y con la naturaleza, y con ello ser capaz de volver a creer en la posibilidad de caminar y construir futuros en fraternidad.

«Organizar la esperanza se ha convertido en el nuevo imperativo categórico desde la acción colectiva».

La geopolítica de la esperanza es utopía y realidad a la vez, horizonte promisorio y praxis del presente, deseada y experimentada; es ciencia aplicada y espiritualidad vivida, capacidad de transformación e identidad colectiva. Se construye con paciencia a contracorriente de las hegemonías opresivas y excluyentes, invisible para quienes subestiman la praxis utópica, visible para quienes se inconforman por el estado actual de las cosas.

La geopolítica de la esperanza se teje en quienes dan la vida por un mundo mejor y dejan como testigos a otros y otras que seguirán resistiendo y organizándose para que los proyectos que dan vida sean la última palabra.

Foto: © grimaldello, Depositphotos

Para saber más:

Boff, L. (2019). Pasar al paradigma del cuidado. Ediciones Dabar.

Ellacuría, I. (1999). Escritos Universitarios. UCA Editores.

Freire, P. (2009). Pedagogía de la esperanza. Siglo XXI Editores.

Hernández, J.L. (2020). Geopolítica de la esperanza. Instituto Universitario Sophia América Latina y Caribe / Universidad Iberoamericana Puebla / Programa Latinoamericano de Tierras.

Laguna, J. (2021). Ciudadanía, del contrato social al pacto de cuidados. PPC Editorial.

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