«Afirma mis pasos en tus caminos para que no tropiecen mis pies»
NOVIEMBRE
Domingo 6
XXXII del Tiempo Ordinario
- Sab 11, 22-12, 2
- Salmo 145(144)
- 2Tes 1, 11-2, 2
- Lc 19, 1-10
La tortura a la que someten a los hermanos en el libro de los Macabeos está encaminada a acallar las voces de quienes creen en la promesa de Dios. Los enrevesados argumentos de los saduceos también esperan acallar las esperanzas de la resurrección. Pero Jesús y los hermanos miran hacia adelante, porque conocen al Dios de la escucha y la respuesta, al Dios que abre caminos nuevos, al Dios que sabe abrir, en todo tiempo, oportunidades de vida en abundancia. La invitación es, entonces, a no quedarnos girando en las violencias, amenazas y confusión, temblando de miedo por la fuerza que ostentan; sino atrevernos a lanzar hacia adelante nuestra voz, pidiendo, reclamando, exigiendo la vida que nos ha sido prometida, la que responde a la palabra de quien nos ama: «yo haré de ti una bendición». Que no nos conformemos con menos y que mantengamos con fe, como los que antes lo pidieron, los reclamos del amor.
§ Miremos los intentos de la violencia por acallar las voces, cerrar los asuntos, terminar con las búsquedas. Una y otra vez se repiten estas historias de violencia. Pero una y otra vez se levantan las voces para pedir otra historia, otro destino, otra vida. Dejémonos mirar y admirar su fidelidad.
§ Podemos ahora descubrirnos rodeados de tantos testigos de esa persistencia. Hombres y mujeres, vivos y difuntos, que siguen buscando, trabajando, pidiendo que se haga posible la vida en abundancia que Dios ha prometido. Mira también a Jesús con ellos, también gritando, trabajando y esperando, reclamando la promesa.
§ Unamos, pues, a su grito el nuestro y pongamos en la dirección de su mirada, abierta hacia el Dios del horizonte abierto, también nuestra mirada. Sintamos cómo el Padre escucha nuestra súplica, y nos sigue enviando su Espíritu para que no nos cansemos de buscar, de intentar, reclamar y pedir que venga su Reino y se cumpla su promesa.