«Envía, Señor, tu Espíritu, a renovar la tierra»
MAYO
Domingo 28
Domingo de Pentecostés
- Hch 2, 1–11
- Sal 103
- 1 Cor 12, 3b–7. 12–13
- Jn 20, 19–23
§ En el libro de los Hechos se narra la experiencia de los apóstoles al recibir el impulso del Espíritu Santo, un impulso que los lleva a vencer el miedo y a predicar la Buena Noticia para generar una nueva comunidad de discípulos. Esta nueva comunidad se vuelve el nuevo pueblo de Dios, que es formada por personas de distintos lugares que acogen la palabra de Dios y la viven en su cotidianidad.
§ En la Carta a los Corintios, Pablo llama a la unidad en el mismo Espíritu. Una unidad en la cual, aunque hay diversidad, nos une un mismo Señor y un Espíritu. Así reconocemos que no existen diferencias entre la comunidad, todos y todas somos llamados a ser hijos e hijas de Dios y asumir los ministerios recibidos como servicios. Ser un solo cuerpo que camina con distintas funciones.
§ En la última aparición de Jesús a sus discípulos se narra cómo, aunque Jesús asciende a los Cielos, deja el Espíritu que los mueve a caminar, a anunciar la Buena Nueva y a ser testigos del Señor ante todos los demás. El Espíritu que reciben los guiará en su misión de anunciar el Evangelio y de perdonar.
La Iglesia nace en el tiempo del Espíritu Santo, es una parte central de la realidad de la comunidad. Su venida, que se celebra y recuerda en este día con las lecturas, nos indica que Jesús deja al Espíritu para conducir a la comunidad y seguir la misión de anunciar la Buena Noticia. Este Espíritu nos lleva a reconocernos a todos como hermanos, con la misma dignidad, aun sabiendo que, aunque haya diferentes carismas, todos formamos parte del mismo cuerpo. Éste es un recordatorio que, en medio de las divisiones del mundo, nos une una misma humanidad y un mismo llamado, para así ser un Iglesia que camina unida, que respeta las diferencias y alienta a encontrar puntos de encuentro.