«Vengan alegres, demos vivas al Señor»
OCTUBRE
Domingo 22
- Is 45, 1.4–6
- Sal 95
- 1 Ts 1, 1–5
- Mt 22, 15–21
§ Los reyes, los gobernantes y el mismo César son señores de este mundo. Pero el señorío de Dios no se compara con los títulos que pueden ostentar algunos hombres, que los lleva a creerse poderosos y superiores a los demás. El único Señor y Rey verdadero es Dios y no hay pueblo ni nación que pueda estar por encima de Dios. Esto deja claro la lectura de Isaías.
§ El Evangelio de Mateo nos relata la trampa que los fariseos querían tenderle a Jesús para ponerlo en confrontación explícita contra el César, pero Jesús no cae en sus provocaciones y distingue entre los reinos de este mundo y el Reino de Dios, que son diametralmente opuestos. La tiranía y la explotación propia de los reinos del mundo se encuentran totalmente alejados de la lógica del amor y la humildad que Jesús viene a enseñarnos con su vida. Mientras que los primeros traen sufrimientos y esclavitud, el Reino de Dios conduce hacia el gozo y la libertad.
§ El tributo que se pagaba al poder romano nos sumerge en un mundo de opresión en donde el rico y poderoso se construye a base del miedo y sumisión de los pobres. A pesar de ello muchos hombres idolatran estas prácticas y las asumen como el camino hacia el éxito o como la única realidad posible, convirtiéndose, en muchas ocasiones, en cómplices de la tiranía debido a los beneficios que les reportan.
Jesús, por su parte, mostraba una autoridad que liberaba a los cautivos, dignificaba a los pobres e incorporaba a los excluidos. La verdad de sus palabras, de sus gestos y obras lo revisten de una autoridad que va más allá de todo título y toda vana distinción. Los cristianos estamos llamados a encarnar en el presente la autoridad que viene de Cristo, a aceptarlo como nuestra autoridad interior y vital, para colaborar en su proyecto de liberación, de integración y de dignificación.
