«¡Qué amables son tus moradas, Señor!»
DICIEMBRE
Domingo 10
- Is 40, 1–5.9–11
- Sal 84
- 2 P 3, 8–14
- Mc 1, 1–8
§ La primera lectura es un canto de júbilo, pues la esclavitud se ha terminado. El Señor llegará victorioso para salvar a su pueblo de todos sus dolores y sufrimientos. Aparece la exhortación al mensajero para anunciar la venida de Aquél que va a liberar a la humanidad del pecado y de la muerte. Será quien restaure la justicia y la relación con el Padre. Es un cántico de esperanza y amor comprometido de Dios con su pueblo.
§ Por su parte, la segunda carta de Pedro se inserta en este segundo domingo de adviento invitando a la conversión, a prepararnos para recibir al Señor y poder gozar en pleno de los cielos nuevos que ha prometido.
§ El Evangelio coloca a Juan Bautista como el mensajero por excelencia de la llegada del Salvador. Sin embargo, la descripción que hace de Él nos lleva a pensar que, para ser ese portavoz del misterio y de la Buena Nueva, necesitó atravesar un desierto, el desierto del desapego, del silencio, de la oración y de la confianza total en Dios. El bautismo que ofrecía era con agua, es decir, consistía en un deseo de purificación y de limpieza de los pecados, para renacer a una vida nueva. Este primer bautismo disponía el corazón para recibir a la promesa de Dios realizada en Jesús.
Juan era consciente de su misión dentro del plan de salvación, que prepara el camino a Jesús, allana los montes para abrirle paso y ofrece nuevas perspectivas para entender que otro mundo era posible. Los cristianos podemos ser también mensajeros de la llegada del Señor, anunciarlo a los afligidos, comunicar la presencia viva de Jesús entre el pueblo, llevándolo a esos rincones de la Tierra donde más necesitan recibir signos de consuelo, aliento y esperanza. De esta manera daremos verdaderos pasos para una conversión total hacia nuestro Señor, en nuestro interior y en el mundo.