Entre raíces y horizontes: el legado del Papa Latinoamericano

Mucho se recuerda a Francisco como el primer papa latinoamericano, cosa absolutamente cierta. Nacido y crecido en el barrio Las Flores, en Buenos Aires, un barrio de gran identidad porteña, cuna de artistas de la talla de Alfonsina Storni, cargado de diversidad y lugar de asentamiento para migrantes italianos en el siglo XX, Jorge Mario Bergoglio fue, en su infancia y en su adolescencia, un chico promedio de las clases urbanas en América Latina. Amante del fútbol, como buen argentino, acostumbraba a tomar mate y bailar tango, se sentía orgulloso de Martín Fierro y la literatura gauchesca. Es conocido el encuentro que tuvo cuando era profesor de literatura en bachillerato con Jorge Luis Borges. También  se sentía orgulloso de los héroes de su país, en especial de los que le dieron la Independencia en el siglo XIX a la Argentina, así como de los héroes, muchas de las veces invisibles y anónimos, que se “echaron la Patria al hombro”, como recordaba para arengar y animar a los porteños en la catedral de su ciudad y motivarlos a trabajar por el bien común, sobre todo cuando  Argentina padeció la crisis enorme económica, política y social que tan devastadora fue a principios de siglo debido a los excesos del Neoliberalismo.

Pero más que el simple hecho contado como anécdota de haber nacido en América Latina, y para alejarnos de cierta carga de nacionalismo exagerado y chauvinismo con la que se le recuerda constantemente, la importancia de que Francisco tenga origen en América Latina, radica en que su historicidad, su horizonte vital, se ha formado bajo la exigencia de justicia social y la denuncia de las graves injusticias de nuestros pueblos por diversos canales ya sean filosóficos, políticos, sociológicos y teológicos.

En el plano sociológico, es fundamental considerar la tradición de la Iglesia argentina en la segunda mitad del siglo XX, dentro de la cual emergió el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) en 1967, con una gran influencia de lo planteado por Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio que aborda el desarrollo de los pueblos y la necesidad de una transformación social basada en la justicia y la equidad. Esta encíclica fue publica en medio de grandes movimientos sociales: las revoluciones feministas y juveniles (Praga, París, México), pacifistas (Luther King) y de grandes adelantos tecnológicos como el uso de satélites para facilitar la comunicación global y grandes movimientos de liberación política de los países africanos, que, por otra parte, continuaron con enorme dependencia de los países europeos que los colonizaron. La metodología de este movimiento de sacerdotes argentinos era inductiva, basada en el compromiso con la realidad social. Para ello se auxiliaba de las ciencias sociales, en especial de la sociología, con el fin de conocer la realidad y los mecanismos que generaban tanta injusticia: El MSTM promovió una nueva vida sacerdotal que no sólo predicara la Palabra en abstracto, sino que participara activamente en la organización del pueblo para enfrentar dichas injusticias. Desde una perspectiva sociológica, los sacerdotes del MSTM adoptaron un enfoque que combinaba los postulados de la naciente teología de la liberación con el análisis crítico de las estructuras sociales y económicas. Dicho movimiento cuestionaba fuertemente el sistema capitalista y promovía una visión más equitativa de la sociedad.

Podemos contar sacerdotes con este grado de compromiso como Carlos Mugica (1930-1974), quien nació dentro de una familia de buena posición económica. Ordenado sacerdote ejerció su labor pastoral principalmente en la Villa 31 de Buenos Aires, donde fundó la parroquia Cristo Obrero -el nombre no es adorno-, muy activa en temas sociales. Se unió al MSTM, fue cercano al peronismo y su trabajo comprometido con los pobres en las villas lo convirtieron en un blanco de sectores conservadores y grupos parapoliciales. En 1974, después de celebrar una misa, fue asesinado por la Triple A, un grupo paramilitar autodenominado “anticomunista”. El padre Carlos Mugica es, hasta hoy día, recordado como un mártir de la justicia social y un símbolo de la lucha por los derechos de los más pobres, de los habitantes de las villas miseria y de la clase trabajadora. 

Otra figura de compromiso social contemporánea al joven Bergoglio, fue el Obispo de la Rioja, Enrique Angelelli (1923-1976) quien participó activamente en el Concilio Vaticano II, apoyando las reformas que promovían una Iglesia más cercana a los pobres. Angelelli fue uno de los obispos latinoamericanos firmantes del Pacto de las Catacumbas en 1965, durante la última sesión del Vaticano II. Este Pacto, promovía una Iglesia más cercana a los pobres, despojada de privilegios y comprometida con la justicia social. Angelelli reconocía, como lo ha hecho Bergoglio, la importancia del Pueblo. Es conocida su exhortación a vivir «con un oído en el Evangelio y otro en el Pueblo», lo que refleja su profundo compromiso con la fe y la justicia social. A través de esta enseñanza, enfatiza la importancia de escuchar tanto la Palabra de Dios como las necesidades de los más pobres, promoviendo una Iglesia cercana y solidaria con quienes sufren. En La Rioja, Enrique Angelelli denunció la represión y las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar argentina e impulsó la organización de trabajadores rurales y mineros, defendiendo sus derechos lo que le costó la vida. Un supuesto «accidente automovilístico» acabó con su vida. Años después se confirmó que fue un homicidio ordenado por el régimen militar. En 2019, el papa Francisco lo beatificó junto a otros mártires de la dictadura.

Por otro lado, Francisco también recibió influencia directa de la filosofía y la teología de la liberación. Bergoglio en su formación como jesuita, tuvo como maestro a Juan Carlos Scannone SJ, uno de los motores para que se firmara el acta de la Filosofía de la liberación junto a Enrique Dussel y Rodolfo Kusch: La filosofía de la liberación buscaba dar voz a los pueblos oprimidos de América Latina, promoviendo una reflexión crítica sobre la realidad social y económica de la región. El eje fundamental de ambas propuestas latinoamericanas es lo que se denomina en la teología la Opción Preferencial por los Pobres

Precisamente Juan Carlos Scannone plantea una visión filosófica en la que los pobres ocupan un lugar central tanto en la reflexión teórica como en la praxis de la liberación. Su enfoque parte de la idea de la “irrupción del pobre”, entendida como un fenómeno social, pero sobre todo desde su dimensión histórica de resistencia y transformación. En esta experiencia, los sectores marginados (categoría clásica de los estudios sociales de la década de los setenta del siglo pasado, tiempo de formación de Bergoglio), emergen como protagonistas del cambio, interpelando críticamente las estructuras que perpetúan la desigualdad y la exclusión. Según Scannone, este paradigma exige una nueva manera de concebir la solidaridad y la justicia, vinculándolas directamente con la participación activa de los pobres en la construcción de una sociedad más equitativa (La filosofía de la liberación en América Latina, 2010). Por ello, para Francisco, la opción preferencial por los pobres, no es una mera categoría doctrinal ni sociológica, sino que es un imperativo moral que redefine la relación de los creyentes y de la Iglesia y la sociedad con los sectores más vulnerables de la misma. Más allá de una política social convencional, la inclusión de los pobres se convierte en un eje estructurante de la vida en comunidad, configurando la manera en que la sociedad debe concebir su proyecto político y ético. En esta reflexión, se entretejen los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia, particularmente la solidaridad y el bien común, pero en esta ocasión, desde la mirada de quienes han sido históricamente marginados.

Este enfoque adquiere una relevancia crítica en un contexto marcado por una crisis económica que profundiza las desigualdades estructurales, generando un impacto directo en la expansión de la pobreza. Así, la opción preferencial por los pobres trasciende la mera asistencia y se erige como una respuesta ética y teológica a los desafíos de la justicia social contemporánea, interpelando no solo a la comunidad cristiana, sino a toda la sociedad en su conjunto. En sentido pastoral, Francisco insiste en que los pobres no son sólo destinatarios de ayuda, sino sujetos activos de la evangelización. Hay que reconocer que, teológicamente, reconocer la irrupción de los pobres y considerarlos protagonistas de la historia y de evangelización tiene una fuente en Bergoglio en las conferencias episcopales de Medellín (1968), Puebla (1979) y Aparecida (2007), donde, por cierto, fue el redactor principal del Documento conclusivo. 

Por su parte, Rodolfo Kusch enfatizó la primacía de la realidad sobre la idea: «La realidad precede a la idea, porque la idea no es más que una forma de acomodarse a lo real.” Mientras que en el pensamiento occidental hay una tendencia a privilegiar la abstracción sobre la experiencia concreta, en la cosmovisión indígena y popular, se invierten estas categorías: la realidad vivida es el punto de partida del conocimiento. En Evangelii Gaudium (2013), el papa Francisco formula cuatro principios fundamentales para la acción pastoral y social. Uno de ellos es, precisamente que «la realidad es superior a la idea», enfatizando la necesidad de partir de la experiencia concreta antes que de conceptos abstractos. Este principio se complementa con otros tres: «el tiempo es superior al espacio», que resalta la importancia de los procesos frente a la inmediatez; «la unidad prevalece sobre el conflicto», subrayando el valor del diálogo y la integración por encima de las divisiones; y «el todo es superior a la parte», que invita a ver la realidad desde una perspectiva amplia y comunitaria. Estos postulados formaban parte de su visión filosófica y pastoral en sus años como provincial jesuita en Argentina (1973-1979). 

Este principio formulado, piedra angular en el método del jesuita Bergoglio, donde la realidad es punto de partida y clave hermenéutica, se completó con las ideas de Romano Guardini, bajo los trabajos de estudios e investigación que realizó en el doctorado que cursó en Alemania. Pero también se vio esclarecido por los aportes de Alberto Methol Ferré, con quien tuvo interesantes trabajos desde el Consejo Episcopal Latinoamericano. Para el pensador uruguayo, la interpretación de la realidad sufre de un agotamiento en las categorías que lo sustentan, y Bergoglio, a partir de Romano Guardini busca una hermenéutica de la realidad que de sentido a la historia. Estas notas, por demás interesantes, se presentan en un texto de Jorge Mario Bergoglio titulado “Interpretar la realidad”, publicado en la revista jesuita La Civiltà Cattolica (2021), cuyo carácter inédito lo dota de novedad.

De este pensador latinoamericano, Methol Ferré, también hay otros registros de su influencia en el pensamiento de Bergoglio. La idea de la integración latinoamericana bajo la noción “La Patria Grande”, que si bien surgió con ese carácter integracionista con Simón Bolívar, San Martín y en Methol Ferré, y en Bergoglio, además representa el reconocimiento de la superación de la fragmentación impuesta por el colonialismo y el neocolonialismo, ya que, insertada en la filosofía de la liberación, esta noción filosófica y política, atiende a la necesidad, ya no de liberarse de una metrópoli colonial, como en el caso del Libertador, sino del re-conocimiento de una identidad común basada en la historia, el idioma, las tradiciones y la herencia común de los pueblos latinoamericanos que, paradójicamente, también son muy diversos. No se trata del integrismo económico en el que el globo se ha atrincherado en la era de neoliberalismo, sino de un proyecto cultural y social. Para Methol Ferré, la integración latinoamericana podía asumirse como un «Estado continental», que fue también desarrollada por José Martí en su ensayo Nuestra América (1891), donde advierte sobre los peligros del imperialismo y la necesidad de que los pueblos latinoamericanos se reconozcan como una sola comunidad con una identidad compartida, lo cual supone, como en Methol Ferré, la soberanía y el horizonte común. 

La construcción de esta idea en Francisco tiene además otra vía, la introyectada por la propuesta de la filósofa argentina Amelia Podetti. En su obra “La irrupción de América en la historia” plantea que América Latina tiene una misión histórica de universalización distinta a la de las potencias tradicionales, lo que ha sido interpretado como una base conceptual para la Patria Grande. A partir de este antecedente, Francisco acogió la propuesta central de Podetti: la realidad se comprende mejor desde las periferias. Esta visión se alinea con el comentario de Scannone quien que “las periferias son el lugar fronterizo desde donde se contempla el todo como todo, sin dejar de lado sus partes más débiles y frágiles, sin olvidar ninguna y sin que alguna más distante del centro quede en la penumbra.» La intuición de la filósofa argentina, se cristalizó al mismo tiempo que pensaba el surgimiento, como irrupción, de América Latina, no como una noción europea, sino como una concepción total del mundo, pero desde este extremo periférico. Esta irrupción de la periferia, si bien es geográfica, porque con la irrupción de América Latina hay un conocimiento pleno y verdadero del finis terrae, da pie, en la tesis de Podetti, a avanzar en la concepción de periferias sociales, culturales y existenciales. 

Pastoralmente, Jorge Mario Bergoglio, en su rol como arzobispo de Buenos Aires, sostenía que la mejor manera de comprender la Arquidiócesis era viéndola desde las villas miseria, ya que desde la periferia se aprecia con mayor claridad la realidad social y eclesial. Esta visión, que enfatiza la importancia de mirar el mundo desde los márgenes, se refleja también en el magisterio del Papa Francisco, quien ha integrado esta perspectiva en la Doctrina Social de la Iglesia. Su enfoque representa un aporte significativo a la metodología pastoral, promoviendo una Iglesia que camina junto a los más vulnerables y reconoce su realidad como parte fundamental de su misión. El ver desde la periferia proporciona una lectura adecuada de la realidad, porque para Francisco, la periferia, es frontera que permite que ninguna parte del todo quede oscurecida, es el lugar privilegiado para ver la realidad.

Con ello, así como la categoría de la opción preferencial por los pobres que es teológica antes que sociológica como el mismo papa Francisco lo reconoce en Evangelii Gaudium, las periferias se constituyen en un principio hermenéutico y pastoral antes que filosófico en la propuesta del propio papa latinoamericano.

Francisco representa un puente entre el arraigo a sus raíces latinoamericanas y porteñas y la construcción de un horizonte de transformación. Su historia no solo refleja su identidad argentina y latinoamericana, sino también la manera en que esas raíces han nutrido su visión de justicia social y compromiso pastoral. Desde su infancia en Buenos Aires, marcada por expresiones populares como el fútbol, el mate y la literatura gauchesca, hasta su formación teológica influenciada por la exigencia de justicia y la denuncia de la exclusión. El papa latinoamericano, llevó consigo una sensibilidad especial por la realidad de los barrios más vulnerables. Su contacto directo con la realidad sufriente de los barrios porteños como obispo en Buenos Aires, le permitió comprender las dificultades que atraviesan las comunidades marginadas, que pueden encontrarse en cualquier país de nuestra región y del mundo.

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