Una de las organizaciones cívico–políticas mejor estructuradas del México de la década de los años veinte, pero quizás de las menos estudiadas, es la Unión Popular de Jalisco, de Anacleto González Flores (Tepatitlán, julio de 1888–Guadalajara, abril de 1927), considerado «el patrono de los laicos mexicanos».
Este organismo católico se levantó sobre el éxito del boicot económico local de 1918 contra la gestión de Manuel M. Diéguez en la entidad jalisciense, y frente al proyecto nacional del triunvirato sonorense, representado en tierras tapatías por políticos como José Guadalupe Zuno.
Según Javier García–Galiano, el maestro González Flores, a principios de 1925, transformó en la Unión Popular el denominado Comité de Defensa de Guadalajara, utilizó la presión popular de consumir únicamente lo indispensable y dejar de pagar contribuciones y servicios como la energía eléctrica, como una forma de resistencia civil en defensa de la libertad religiosa. En esas acciones coordinadas por la UP destacaron, desde luego, las mujeres tapatías en la denominada Cruzada Femenina por la Libertad.
Para 1925, con la agudización del conflicto religioso por la postura callista, surgió una propuesta dirigida a varias de las organizaciones cívico–religiosas existentes para que se unificaran en un frente común llamado Liga Nacional Defensora de la Defensa Religiosa. El abogado Palomar y Vizcarra fue designado como vicepresidente del organismo y viajó a Roma para una entrevista fallida con el papa Pío XI. De todas las organizaciones invitadas, la única que contaba con una estructura territorial, más allá del culto religioso, era la Unión Popular de Jalisco.
En nuestra opinión, la Unión Popular de Jalisco, del laico González Flores, puede ser vista como la expresión de una alternativa situada a un lado del poder político que construía el régimen posrevolucionario de Calles y Obregón. Una alternativa que no por ser regional era menos real.
En su obra clásica sobre el conflicto cristero Jean Meyer ha escrito que «la Liga (Nacional Defensora de la Libertad Religiosa) no tuvo nada que ver, en fuerza y en eficacia, con la Unión Popular de Anacleto González Flores, y fue en parte a causa de esto por lo que decidió, como una solución fácil, la lucha armada… En cambio, el líder González Flores estaba preparado para un muy largo combate cívico, político y social, inspirado en Windhorst y sobre todo en Gandhi. “Podía hacerlo, ya que la Unión Popular enmarcaba e inspiraba a toda una población”».
En un ejercicio de comparación entre la LNDLR y la Unión Popular, Jean Meyer aclara que la LNDLR presumía de un control que no tenía sobre la organización del llamado «maistro Cleto», «y para ello construyó las listas de adhesión y el mapa de los centros regionales y locales —más de 200…— (que) son engañosas, ya que para todo el occidente de la República allí donde se lee Liga hay que entender Unión Popular».
Pese a oponerse a la vía armada, Anacleto González Flores fue apresado por los callistas porque porque era el jefe de la Unión Popular y porque se negó a revelar la ubicación del arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez.
A pesar de haber tramitado, con la ayuda de su esposa, dos juicios de amparo ante el Poder Judicial de la Federación para conservar la vida, fue torturado y martirizado por instrucciones de Plutarco Elías Calles en abril de 1927… Y su Unión Popular se hundió en la vorágine de la guerra cristera.