En este número dedicado a las nuevas formas de hacer presente a Dios en nuestra sociedad, nos pareció pertinente incluir el enfoque de un autor de la casa, Luis García Orso, S.J, miembro del comité editorial y articulista de nuestra revista, quien, a través de un libro de reciente publicación, nos regala una mirada amorosa e incluyente sobre un tema muy controversial en la actualidad.
Este sacerdote ha sido acompañante de muchos miembros de la comunidad LGTB+ y ha sido testigo, nos comenta, «de sus búsquedas y esperanzas, sus heridas y sufrimientos, sus luchas por ser mejores seres humanos y mejores cristianos, aunque tantas veces no encuentren un lugar de acogida sincera y real». A partir de su experiencia como acompañante, su puerta se abre entonces, para recibir cálidamente a todos, todas y todes los que por muchos años han sido estigmatizados y excluidos de la esfera religiosa.
En su texto Abrazar un arcoíris. Acompañar como Iglesia a personas de diversidad sexual (Buena Prensa, 2021), el jesuita apunta en la introducción que «el Espíritu de Dios nos está queriendo hablar en esta realidad de la Iglesia y de la sociedad y nos está invitando a una conversión del corazón y de mentalidad», puesto que «el anuncio de la Buena Noticia de Jesús ha de llegar a toda la gente, sin hacer distinciones ni exclusión por su orientación sexual».
Comenzando con una breve síntesis de lo que sería la comprensión del ser humano a partir de la revelación y la antropología cristiana y de las recientes enseñanzas de la Iglesia, García Orso trata de acercarnos a los fundamentos «esenciales» de nuestra fe, para alumbrarnos en la búsqueda de un Dios amoroso que nos salva, reconociéndolo en los demás y que nos hace salir de nosotros mismos (cfr. Evangelii Gaudium, 34-39). Es este Dios, anunciado en el Evangelio, que, sin duda, va más allá de algunos acentos doctrinales y es, ante todo, un Padre de infinita misericordia, que nos invita a centrarnos en el amor y a «no distraernos en cuestiones legales, morales, ideológicas» que históricamente han empañado la manera en que nos aproximamos a nuestros hermanos y hermanas de la comunidad LGTB+.
Cuando entendemos y nos apropiamos de la mirada del Señor ante su Creación «en su variedad múltiple» —algo que desafortunadamente no se da en muchos de nosotros—, aprendemos a cambiar de perspectiva, a acoger la diversidad sexual como parte de un todo, «borrando, así, la división que nosotros mismos creamos al quedarnos atorados en las diferencias», un todo que nos muestra el amoroso cuidado y la dignidad que el buen Padre otorga a cada ser humano que viene a este mundo.
Después de un sencillo, pero profundo andamiaje teológico y exegético que nos invita al cambio de mirada, el autor nos presenta varias citas de exhortaciones papales y de algunos sínodos, para reflexionar. Hay muchos puntos que ponderar, pero menciono solo algunos: la actitud de la Iglesia y su misión, el acompañamiento de las personas con diversas opciones sexuales y finalmente, la belleza que se puede encontrar en el arcoíris.
La Iglesia es un cuerpo que, siguiendo al papa Francisco, tiene ante todo la misión de ser «samaritana», recibir y curar, abrazar y acompañar. Aunque por mucho tiempo ha tenido grandes dificultades para «aceptar la diversidad sexual como parte de la realidad humana existente», «una diversidad» apunta el autor «confirmada por las ciencias», podemos, movidos por el Espíritu, reconocer «los dones y cualidades» que la comunidad LGTB+ tiene para ofrecer a este cuerpo apostólico e iniciar un cambio de paradigmas desde la inclusión y la apertura.
El acompañamiento hacia los miembros de esta comunidad, «comienza con hacernos cercanos a ellos y ellas», en su propia realidad, y «hacer a un lado nuestras defensas y prejuicios y atrevernos a entrar a un terreno desconocido, sorpresivo, distinto», pero ha de ser «una cercanía a la vida real de las personas —no a mis estereotipos de lo que son—, con una actitud de humildad, de amistad y no ir a ellas como maestro, ni apóstol, sino como prójimo, como discípulo que desea aprender».
Para concluir, me gustaría retomar una metáfora que el padre Luis plantea en su texto y que nos puede ayudar a ser más incluyentes y plurales:
Todas y todos tenemos la experiencia de sorprendernos y alegrarnos cuando después de la lluvia se forma un arcoíris en el cielo […] La belleza de este fenómeno nos invita a encontrar algo grande y hermoso que está en nuestra realidad y que sólo a veces reconocemos y apreciamos: la belleza de la diversidad que somos como seres humanos. Quizás nos hemos vuelto seres de un solo color, encerrados de forma egocéntrica en nuestros puntos de vista. Si creemos en el Dios de Jesús, en el Creador y Padre de todos, podemos dejar que la Luz atraviese lo que somos en nuestra humanidad. Entonces aparecerá esa belleza del arcoíris, en su diversidad y colorido.
Entonces, añado yo, abrazaremos la Creación, completa, con toda su maravilla.