Día de Reyes: un niño que despierta la esperanza y se vuelve salvación

Por la epifanía de Dios, toda la creación se transforma en diafanía. La humanidad entera se encuentra penetrada de divinidad. Ignacio Cacho Nazábal, S.J.

¿Qué imagen nos llega cuando pensamos en el Día de Reyes? Con probabilidad no sólo una imagen sino varias y con una tonalidad de amistad, cercanía y ternura. Entre ellas la de los tres reyes magos, misterioso adjetivo, que, en medio de una noche estrellada, montados en camellos y provenientes de oriente son guiados por la estrella más grande y luminosa de la noche hacia Belén para adorar al Niño Jesús, recién nacido, trayéndole regalos apropiados a su realeza. Otra imagen es la deliciosa rosca de reyes entorno a una mesa en que nos reunimos familiares, amigos y compañeros, en lugares muy diversos tales como una casa, una fábrica, una oficina, un salón parroquial. En esta rosca no pueden faltar los «Niño Dios», esos muñequitos escondidos entre la masa de la rosca, en alusión a los magos que, advertidos por un sueño, no regresan (ocultan a Jesús) a la casa de Herodes y, por su parte, José y María esconden al Niño Jesús para protegerlo también de Herodes. Esta práctica de partir y compartir la rosca en que están esos «Niños Dios protegidos de los males» debe renovar la tarea de cuidar y proteger a los niños y más aún en una realidad en la que todavía existen muchos niños y adolescentes que sufren abandono y maltrato, tanto en las ciudades como en los pueblitos lejanos de las grandes urbes. Así, en el Día de Reyes, un gesto de este cuidado y atención a los niños, por parte de los papás, es dar un regalo, inspirados en la forma como los magos dieron al Niño Jesús un presente de acuerdo con su realeza divina. Ante esto, en muchos niños predomina la alegría de recibir un regalo, quizás el mejor del año, para otros la tristeza de no poder recibirlo, para los mayores, por su parte, la preocupación de adquirirlos y esto en un contexto mercadológico avasallante. Así pues, el día de Reyes es, sin duda, una de las celebraciones posteriores a la Navidad que no pasa desapercibida ni por grandes ni chicos, consiguiendo descubrir la importancia de unirse, compartir y cuidar.

El día de Reyes con todas sus variaciones culturales está ubicado en el marco de  la festividad de la solemnidad de la Epifanía del Señor que, en este año 2025, litúrgicamente se celebra el domingo 5 de enero. El Evangelio que se proclama en esta solemnidad (Mt 2, 1-12) narra el homenaje de los magos (sabios de oriente o astrólogos) al bebé Jesús. Esta escena forma parte de los relatos de la infancia de Jesús, que son los más recientes, y por tanto los más elaborados. «El principio se escribió al final». Cuando ya se han compuesto los relatos de la pasión, muerte y resurrección; los dicta et facta Iesu […], las parábolas y los signos; cuando ya se conoce el final y el significado de todo, y se han atribuido a Jesús títulos de Justo, Profeta, Cristo, Kýrios, Hijo del hombre, Hijo de Dios… en este preciso momento hay que situar la redacción del comienzo de la historia, las narraciones de la infancia» (Cacho Nazábal, p. 74). En esta dirección, en los relatos de la infancia, nos encontramos ante textos que comunican una teología muy profunda y elaborada, y con un sentido o intención teológica específica de acuerdo con los destinatarios del Evangelio de aquel tiempo y Palabra viva para los destinatarios de todos los tiempos, por ejemplo, la genealogía del Evangelio de Mateo (Mt 1, 1-17) se remonta hasta David y, por su parte, la del Evangelio de Lucas (Lc 3, 23-28) hasta Adán.

Un elemento que llama la atención es que se les llame popularmente «Reyes» y el sustantivo evangélico de magos (sabios de oriente) pase a ser un adjetivo. En cuanto a esto, tenemos que el episodio del homenaje de los magos a Jesús (Mt 2, 1-12) está centrado en el tema de la realeza. Herodes es rey de Judea y los magos llegan a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Vimos salir su astro y venimos a rendirle homenaje (Mt 2, 2). En este sentido, la contemplación de la escena evangélica de los magos que visitan al Niño Jesús nos coloca ante el verdadero Rey, distinto y único, un rey que nace en un pesebre (Lc 2, 7); que no oprime, sino que libera de todas las ataduras existenciales; que no busca ser servido, sino que sirve; que no condena, sino que perdona; que no odia, sino que ama e inaugura una humanidad nueva renacida en Él y en el dinamismo del Reino de Dios.

Ese Niño Jesús, bebecito, es el Cristo, el Mesías, que salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21): el Hijo querido y predilecto de Dios Padre (Mt 3, 17) que adorarlo no conduce a la alienación sino a la verdadera libertad, liberación y salvación por, con y en el Amor. Por tanto, toda creatura humana que pretenda usurpar su lugar, el lugar de Dios, ponerse por encima de su Ley, termina extraviada y extraviando a sus súbditos. Tantos casos vemos en la historia de esta realidad.  Así pues, Él es el Rey, el Señor, el Hijo de Dios. Asimismo, el Niño Jesús llama, guía con su estrella, a todas las naciones en su diversidad y diferencias culturales a conformar una sola familia en Cristo, en que haya respeto y acogida de dicha diversidad. Él guía con su estrella y recibe a los magos tan diferentes a los judíos. Llama a todas las naciones, en su diversidad y riqueza, con su estrella de la esperanza y los «reyes magos» desde lejos, desde el oriente vienen a adorarlo y así reconocen su lugar de creaturas, de seres finitos, de hijos amados de Dios en el Hijo: Él es el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor, el Nombre sobre todo nombre (Cf. Fil 2, 6-11) ¡Es Él, no hay otro!

El acontecimiento más grande de la historia que es la encarnación de Dios penetra todas las dimensiones de la creación y de la historia. La dimensión cosmológica aparece en esta escena evangélica expresada en su astro que indica su nacimiento a los magos y que los guía para llegar ante el niño con su madre, María, ante quien se echan en tierra y le rinden homenaje (Cf. Mt 2, 11). El cosmos no puede ser ajeno a la venida en la historia de Jesús, el Salvador, ya que «todo está conectado» (LS 91). «Una Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía” (LS 99).

Por último, en la periferia de los dramáticos acontecimientos de la historia nace y se hace Jesús y ahí los magos lo reconocen como el Rey, el Cristo, el Salvador. En la escena (Mt 2, 1-12) los magos se presentan en Jerusalén ante Herodes con transparencia, sin ocultar nada, en verdad y libertad, guiados e iluminados por la estrella. Ellos reflejan ya en su actitud la Luz de Jesús, el Salvador, hay una diafanía de la epifanía de Dios en Jesús. En cambio, el personaje de Herodes, rey, se siente amenazado, disimula, miente y hace el mal. En este sentido, el Evangelio nos anuncia en la actitud y modo de ser de los magos el dinamismo del Reino de Dios, el trigo que crece y al que queremos adherirnos para seguir la estrella de Jesús y en la personificación de Herodes la cizaña. Ambos crecen juntos, pero la esperanza que suscita la victoria de Dios sobre la muerte y el pecado, en la resurrección de Jesús, nos atrae a caminar como peregrinos de la esperanza, para centrar el corazón en Jesús que viene por amor a nosotros en la historia, la única que tenemos para vivir, para así colaborar en la construcción de un mundo de justica y de paz.

Para saber más:

Evangelios (Mt 1-2; Lc 1-2; Jn 1, 1-18).

Liturgia del Domingo 5 de enero Epifanía del Señor. Solemnidad.

Cacho Nazábal, Ignacio. Cristología, SalTerrae, Cantabria Esp., 2015. Pp. 73-125 (Relatos de infancia).

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