In unitate fidei: la fe y el descenso 

La reciente Carta Apostólica In unitate fidei que conmemora el 1700 aniversario del Concilio de Nicea, León XIV afirma que la Iglesia solo puede ser creíble si vive la unidad en la fe «custodiando y transmitiendo con amor y con alegría el don recibido» (1). Este vínculo entre fe, caridad y testimonio se funda en la confesión de Jesucristo, Hijo de Dios, que «por nuestra salvación descendió del cielo» (7).

Esta misma idea aparece en Dilexi te, puesto que la caridad encarnada de Cristo se revela en su predilección por los pobres y llama a la Iglesia a acercarse a ellos como lugar teológico y pastoral privilegiado. De modo que la unidad de la fe celebrada en Nicea y la opción por los pobres no son temas separados, sino expresiones complementarias del mismo corazón del Evangelio.

Foto: Cathopic

Ambos documentos entienden la misión de la Iglesia desde la Encarnación. En In unitate fidei León XIV destaca que el Credo niceno proclama un Dios que se hace cercano, que «desciende», se compadece y se identifica con los más pequeños (cf. Mt 25). Esa idea es central también en Dilexi te, en tanto que la Iglesia descubre en los pobres el rostro del Cristo encarnado.

Además, ambos documentos reclaman una conversión, por ejemplo, In unitate fidei insiste en una conversión al Credo vivo, que se traduce en amar y servir al prójimo. Y en Dilexi te desarrolla esa conversión en clave comunitaria y estructural: acercarse a los pobres, transformar injusticias y dejarse evangelizar por ellos.

Una clave interpretativa para la comprensión de la fe y la caridad en el pensamiento del papa León XIV se encuentra en el verbo «descendit», de la expresión del Credo «y por nuestra salvación bajó del cielo» que decimos en español.

León XIV afirma: «merece ser resaltado» (7), una reflexión del verbo descendit, puesto que en esa expresión del Credo se concentra de modo admirable la lógica del Evangelio. La iniciativa siempre es de Dios, pero esa iniciativa no se expresa en poder, sino en acontecimiento de humildad y debilidad. Cristo «desciende», se abaja, se hace servidor, asume nuestra carne y nuestras heridas. Así, la Encarnación no es un gesto aislado, sino la clave que revela cómo es Dios y cómo actúa. Un Dios que asume la humanidad para elevarla desde dentro.

León XIV recuerda como en el lenguaje de San Pablo se habla del anonadamiento, en el Evangelio de san Juan como la Palabra que se instala en medio de nuestra fragilidad, y en la Carta a los Hebreos muestra cómo esta cercanía se traduce en una verdadera solidaridad con nuestra condición.

El gesto del lavatorio de los pies y la confesión de Tomás ante las llagas del Resucitado muestran que la gloria divina se reconoce allí donde se transparenta el amor que se entrega, incluso en la vulnerabilidad.

Todo esto tiene una consecuencia decisiva para la fe vida del Credo niceno Constantinopolitano. Si Cristo ha descendido hasta lo más profundo de la condición humana, allí mismo se le sigue encontrando. Por eso la Escritura afirma que está presente en «el más pequeño de mis hermanos» (Mt. 25, 31). La Encarnación no fue un momento del pasado, sino un modo permanente de cercanía. En los pobres, en los débiles, en quienes sufren, Cristo continúa haciéndose prójimo.

Esta visión revierte completamente las concepciones paganas o filosóficas de un Dios distante, impasible o encerrado en sí mismo. El Dios cristiano no es inaccesible: es Dios–con–nosotros, que camina en medio del polvo, que acompaña la noche humana, que revela su grandeza haciéndose pequeño. Por eso, contemplar el descendit del Credo que rezamos todos los domingos obliga a replantear no solamente nuestra idea de Dios, sino nuestra forma de relacionarnos con los demás. Quien se deja tocar por este misterio no puede permanecer indiferente ante la carne sufriente del prójimo.

En definitiva, el Credo de Nicea, leído desde el descendit, proclama un Dios cuya majestad es inseparable de su misericordia, y cuya trascendencia se manifiesta no en el alejamiento, sino en la proximidad radical. Allí donde hay una vida herida, Cristo ya está; el creyente está llamado a reconocerlo, a acercarse y a continuar ese movimiento de descenso que es, paradójicamente, el camino de la verdadera elevación.

El papa León XIV nos invita frente a la conmemoración del 1700 aniversario del Concilio de Nicea a un examen de conciencia: «¿Qué significa Dios para mí y cómo doy testimonio de la fe en Él?», «¿Es Dios para mí el Dios viviente, cercano en toda situación, el Padre al que me dirijo con confianza filial?» (10)

Un comentario

  1. Muy interesante el texto. En verdad las últimas preguntas retumban en el pensamiento y en un análisis de conciencia. Cómo llevo a Dios en mi vida, cómo doy testimonio de mi fé…
    Muy bonita reflexión felicidades!

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