«Atiende pueblo mío a mi enseñanza»
OCTUBRE
Domingo 8
- Is 5, 1–7
- Sal 78
- Flp 4, 6–9
- Mt 21, 33–43
§ La viña del Señor, que se menciona en Isaías, se refiere al pueblo de Israel, el cual, a pesar de todo lo que Dios había hecho por él, sus obras eran egoístas e injustas y no daban frutos de amor, paz y perdón. Pareciera que la mente y los corazones de los israelitas estuvieran cerrados para recibir la gracia de Dios.
§ La carta a los Filipenses es una invitación a vivir fructíferamente. Toda obra de amor redundará en beneficios hacia otros y hacia uno mismo. Para vivir de esta manera resulta fundamental enraizarse en la oración, en una relación con Dios que impregne de su espíritu todas nuestras obras.
§ Mateo retoma la figura de la viña y nos presenta a Jesús comparándola con el Reino de Dios, el cual es despreciado, pues prefiere vivir con ambición, envidias, corrupción y ostentación a costa de la vida de otros. Los malos viñadores se habían apropiado de algo que no les pertenecía y habían secuestrado la viña por completo. Lo mismo ocurría con los sumos sacerdotes del tiempo de Jesús, que impedían la vivencia del Reino, de tal manera que Jesús los señala a ellos como los viñadores malvados.
Las semillas de Reino no pueden germinar en los corazones endurecidos, arrogantes y sanguinarios, para ello es necesario la humildad de reconocer y amar al dueño de la viña, que es Dios, y entregarle los frutos de nuestro trabajo con todo el corazón. Sólo desde ahí podrá surgir un mundo en donde broten los frutos de generosidad, servicio, justicia y paz; el Reino lo construyen todas las personas de buen corazón que aceptan a Dios y lo comunican mediante sus obras.