No es raro encontrar en los textos bíblicos, y en los mismos Evangelios, frases que llaman la atención, por su carácter misterioso, y son considerabas ‘enigmáticas’, que no se comprenden en una primera lectura.
Una naturaleza primaveral, de jardines en flor, sirve de fondo al desarrollo del amor de los dos. En el simbolismo de la naturaleza leemos no sólo un valor poético, sino teológico, y más si está inscrito en su contexto bíblico. La belleza del cuerpo del amado o de la amada está integrada en una belleza más grande: la de La Creación. Tampoco faltan las tinieblas, como en la creación: los momentos negativos del amor son subrayados por la noche (en los dos «nocturnos»: Cant 3,1–4 y 5,2–8).
Teniendo en cuenta su contexto bíblico, pareciera que el Cantar de los Cantares fuera un desarrollo del Génesis (2,18–25).
Hemos oído hablar tanto sobre el amor que, al ser un tema tan noble, corre el riesgo de perder su belleza y convertirse en algo desgastado y vulgar. El cine, la literatura y hoy las redes sociales han contribuido a difundir toda clase de comentarios y opiniones que, en vez de iluminar, siembran confusión por su calidad tan pobre. Lo sorprendente es encontrar en la Biblia, un escrito dedicado al amor humano, y que haya sido reconocido como inspirado por Dios, El cantar de los cantares.
En el horizonte de la dynamis (fuerza) neotestamentaria, el agape se muestra como una realidad portadora de energía, que comunica fuerza e imprime movimiento. El amor verdadero no es sólo interior, privado, sino exterior y visible.
El Mandamiento del amor aparece en los llamados Discursos de Despedida (Jn 13,34 y 15,12.17), en un momento de cumplimiento, pero también de dramatismo, teniendo delante los horrores de la pasión, ya inminente.
Puesto que el tema del “amor” es muy amplio, sería demasiado pretencioso, buscando su significado, pretender abarcar el panorama bíblico, y ni siquiera el Nuevo Testamento. Es necesario circunscribirlo en los límites que exige la naturaleza de este escrito.