Bienaventuranzas Ignacianas

Celebrar a san Ignacio de Loyola es recordar que su vida fue dedicada completamente a compartir la Buena Noticia de Jesús. Y quienes intentamos vivir nuestra fe al estilo del peregrino de Loyola tenemos el reto de encarnarnos y hacer vida lo que Jesús nos presenta, desde la Espiritualidad Ignaciana. Que estas «bienaventuranzas ignacianas», inspiradas en el Evangelio de Mateo (5, 1–12) nos ayuden a recordar y vivir el para qué fuimos creados.

  1. Felices quienes desean encarnarse en la realidad del mundo, olvidándose de su propio amor, querer e interés, porque encontrarán a Dios en todas las cosas.
  2. Felices quienes derraman lágrimas por haberse dejado interpelar, conmover y exponer su corazón ante el dolor de nuestras hermanas y hermanos, porque experimentarán el amor de Dios que consuela y restaura la esperanza.
  3. Felices quienes sufren por causa de la guerra, la injusticia o la violencia, y sienten que la Divinidad se esconde, porque el mundo y la Iglesia se convertirán en su casa que les acoge con amor.
  4. Felices quienes han decidido libremente seguir a Jesús trabajar y en medio del dolor y sufrimiento humano, porque también lo seguirán hacia la gloria eterna (E.E. 95).
  5. Felices quienes se reconocen pecadores, perdonados y llamados a seguir a Jesús, porque encontrarán medios para compartir el amor incondicional que Dios nos tiene.
  6. Felices quienes reconocen su pequeñez, fragilidad y limitaciones, porque al reconocer que todo es Gracia de Dios serán grandes contemplativos, incluso en la acción.
  7. Felices los inconformistas que trabajan apasionadamente por el bien común y la reconciliación, porque recordarán el para qué fueron creados amorosamente por Dios.
  8. Felices quienes pidieron oprobios y menosprecios por seguir a Jesús, porque al ser perseguidos, silenciados y amenazados, contemplarán el Amor al colaborar en la construcción del Reino.
  9. Felices serán ustedes, trabajadores por la Verdad, cuando sus elecciones oradas y discernidas cuestionen el modo de vivir la Fe y la Justicia, cuando propongan nuevos caminos de ser Iglesia, y cuando tu compromiso esperanzador renueve el amor por Cristo y por los más pequeños del mundo, porque demuestran que trabajar por la causa de Cristo vale la pena y da sentido a tu vida.
  10. Alégrate cuando tu oración sea fecunda en un amor generoso que se encarna en el mundo, cuando tus lágrimas y risas compartidas se conviertan en una oblación diaria y cuando sientas a Dios caminando contigo, porque en él confirmarás la vocación a la que te Dios te ha llamado, al experimentar una consolación que perdura.

Que el peregrino de Loyola nos recuerde la centralidad de renovar cada día nuestro amor por Cristo y el compromiso por los más necesitados de nuestro mundo. 

Para la mayor Gloria de Dios.

Foto: Yandry Fernández Perdomo-cathopic

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