
Siguiendo el planteamiento de la primera parte. Es necesario reafirmar el papel de la mujer en este quiebre epistemológico que hoy se requiere para sanar este planeta destruido.

Me sumergí en el misterio de Dios como expresión de la vida que, paciente y permanentemente, se entreteje en las grietas más insospechadas. La vida es un flujo que se mueve a medida que la conciencia se eleva y avanza hacia la verdadera comunión universal.

Lo más definitivo de la experiencia de las Asambleas Continentales, a mi parecer, es que es posible el discernimiento comunitario desde la conversación espiritual llevada con profundidad, y ella puede tornarse en un instrumento determinante para el modo en que la Iglesia realiza sus procesos de escucha y toma de decisiones.

El presente artículo se enfoca predominantemente en la Etapa Continental del presente proceso sinodal. Sobre todo, por ser aquella que se presenta como una fase inédita en el proceso, por su método y composición; etapa que bebe fuertemente de las experiencias del Sínodo Especial para la Amazonía.

A la luz de las reflexiones de estos días sobre el compromiso de la Iglesia ante la cumbre de partes sobre cambio climático – COP27, quiero presentar algunas “paradojas y tentaciones” en el sentido de este compromiso eclesial sobre el cuidado de la casa común.

En febrero de 2020, sin saber las dimensiones de la tormenta que se venía sobre nosotros, y sin aún medir las consecuencias que tendría la pandemia, estábamos preparando el camino para la primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe.