Tenía miedo y ansias de encontrarte, Señor; también desolación y un deseo de sentirme viva. Eso era todo lo que, según yo, quería cargar en mi mochila. Ese miedo a convivir con personas nuevas, ese miedo a estar sola en momentos de oración, ese miedo al cansancio físico, el miedo al frío y a pasarla mal.