El Cerro del Hueso aún huele a las brasas que dejó la Navidad cuando se acostó el Niño Dios. Esas brasas que arrastran el viento frío del invierno y que a su vez llegan con las canciones de Ramón Ayala, que se tocan en las casas de las orillas, se entremezclan con la sazón de los frijoles borrachos y las discadas.