En anteriores entregas comentamos que los Ejercicios Espirituales de san Ignacio son una didáctica espiritual para reconocer nuestra identidad personal en Cristo y vivirla a plenitud.
En esta ocasión queremos presentar tres grupos de carismas que tienen que ver con el discernimiento de los espíritus, el servicio y el cuidado de la comunidad y la evangelización o la transmisión de la fe.
Todas las personas reciben uno o más carismas. Los carismas permanentes deben ser descubiertos y desarrollados, como lo hacemos con los talentos naturales.
Amar y existir son lo mismo en Dios. Estamos llamados a aprender experiencial y procesalmente eso en este mundo por medio de la entrega por amor de los dones que Dios nos ha confiado.
Cada ser humano ha recibido como propia una faceta del misterio de Jesucristo. Nadie puede pretender tener en sí todas sus características: hay que prestar atención a aquellas que nos dinamizan para concretar el amor.
Ya comentamos que existe un grupo de autores que considera que el fruto principal de los Ejercicios Espirituales es encontrar y elegir la vocación personal.
Lo que le pedimos a Dios como gracia de esta meditación es aprender a sentir desde el corazón del Señor, y desde ahí entender cómo entregar la propia vida para que las hermanas y los hermanos tengan vida.
El amor sin límites de Dios es el único capaz de sanarnos las heridas del desamor que se hallan en la base de nuestra identidad enferma, egocéntrica.
Un elemento muy importante de la espiritualidad ignaciana es la idea del subiecto o sujeto. Describe la condición general del ser humano, de la persona, su realidad corporal, mental y espiritual.
La palabra griega hamartía, traducida comúnmente como pecado, en realidad significa desperdicio, no darle al blanco, perder tontamente las oportunidades de plenitud que la vida nos presenta.